Reinad sobre la Iglesia, que profesa y celebra vuestro suave dominio y acude a Vos como a refugio seguro en medio de las adversidades de nuestro tiempo. Mas reinad especialmente sobre aquella parte de la Iglesia que está perseguida y oprimida, dándole fortaleza para soportar las contrariedades, constancia para no ceder a injustas presiones, luz para no caer en las acechanzas del enemigo, firmeza para resistir a los ataques manifiestos y, en todo momento, fidelidad inquebrantable a vuestro Reino.
Reinad sobre las inteligencias, a fin de que busquen solamente la verdad; sobre las voluntades, a fin de que persigan solamente el bien; sobre los corazones, a fin de que amen únicamente lo que Vos misma amáis.
Reinad sobre los individuos y sobre las familias, al igual que sobre las sociedades y naciones; sobre las asambleas de los poderosos, sobre los consejos de los sabios, lo mismo que sobre las sencillas aspiraciones de los humildes.
Reinad en la calles y en las plazas, en las ciudades y en las aldeas, en los valles y en las montañas, en el aire, en la tierra y en el mar, y acoged la piadosa oración de cuantos saben que vuestro reino es reino de misericordia, donde toda súplica encuentra acogida, todo dolor consuelo, alivio toda desgracia, toda enfermedad salud, y donde, como a una simple señal de vuestras suavísimas manos, de la muerte brota alegre la vida.
Obtenednos que quienes ahora os aclaman en todas las partes del mundo y os reconocen como reina y señora, puedan un día en el Cielo gozar de la plenitud de vuestro Reino, en la visión de Vuestro Hijo Divino, el cual con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Así sea.
Venerable Pío XII
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