Nuestro
Señor enseñó que "todo escriba que se hace discípulo del reino de los
cielos es como el dueño de una casa que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas
viejas" (Mt 13,52). El Papa Benedicto XVI, aclarando que el usus
antiquior nunca ha sido abolido y por tanto siempre ha sido permitido
en principio, y reconociendo su valor pastoral en el siglo XXI y liberándolo de
toda restricción, actuó en consecuencia: buena teología y buena práctica
pastoral, en mi opinión.
La tradición no es el pasado ni exclusivamente el futuro. La tradición es la presencia viva en la Iglesia actual de todo lo que ha sido transmitido por los Apóstoles y desarrollado a lo largo de los siglos en la vida de la Iglesia en su culto, su doctrina y sus costumbres. En primer lugar, incluye evidentemente lo que ha sido revelado directamente por Dios, de lo que la Sagrada Escritura es un testamento singularmente privilegiado e inspirado. Pero la Sagrada Liturgia es el lugar donde vive esta Tradición, donde se lee la Escritura en contexto, donde ofrecemos nuestras primicias a Dios Todopoderoso en adoración lo mejor que podemos (como lo demuestran las magníficas, pero diversas, formas de arquitectura eclesiástica, música litúrgica, vestimentas y otras formas de arte litúrgico). Los mismos ritos de la liturgia y las cosas que emplean se vuelven sacramentales: cosas creadas que tienen el privilegio de reflejar la santidad de Dios a través de su uso en Su adoración. No pueden ser tratados profanamente ni descartados a voluntad.
El poder dado por Cristo a Pedro y a sus sucesores es, en sentido absoluto, un mandato de servicio. El poder de enseñar, en la Iglesia, implica un compromiso al servicio de la obediencia a la fe. El Papa no es un soberano absoluto, cuyos pensamientos y voluntad son ley. Al contrario: el ministerio del Papa es garantía de obediencia a Cristo y a su Palabra. No debe proclamar sus propias ideas, sino obligarse constantemente a sí mismo y a la Iglesia a la obediencia a la Palabra de Dios, frente a todos los intentos de adaptación y de dilución, como frente a todo oportunismo (homilía del Papa Benedicto XVI en Celebración eucarística e instalación en la Cátedra Romana del Obispo de Roma, 7 de mayo de 2005).
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