EN LA SOLEMNE INAUGURACIÓN
DEL PRIMER SÍNODO DIOCESANO DE ROMA
Asistentes al Sínodo
Al llegar a este punto de nuestro discurso tenemos que hacer una observación, venerables Hermanos y queridos hijos.
El próximo Sínodo Diocesano es una reunión de eclesiásticos, y únicamente de eclesiásticos perteneciente al clero diocesano secular y regular. Cuando comiencen las actividades del Sínodo, un Prelado invitará a salir a todos los seglares: Exeant omnes, como para indicar la distinción en la Iglesia de Dios entre el clero y el pueblo. ¿Quiere decir esto acaso distancia y separación entre clero y fieles, entre sacerdotes y seglares?
En realidad, de verdad, ninguna separación. Pero hay que recordarlo. La Iglesia santa de Cristo es una sociedad perfecta en la que todos sus miembros participan de todos los beneficios, de los tesoros espirituales de su sagrado patrimonio de doctrina y de gracia. Y puesto que se trata de un organismo vivo, todos los elementos e instrumentos están ordenados y calificados de tal manera que respondan al fin sobrenatural, el cual, aunque inmerso en lo terreno, se eleva hacia la eternidad. Esto entraña una clara distinción, pero no separación, entre el clero y el pueblo. Al clero incumbe una función de dirección y santificación de todo el cuerpo social, para lo cual se necesita un llamamiento, una vocación divina y una consagración. También se invita al pueblo cristiano a la misma participación de la gracia divina. Pero el Señor Jesús, Verbo de Dios, hecho Hombre para salvación de todo el mundo, ha confiado la distribución de esta gracia al sacerdocio, al orden sacerdotal, instituido específicamente para ejercer esta altísima función de mediación entre los cielos y la tierra para bien y santificación del pueblo que toma su nombre de Cristo.
AAS 52 (1960) 180-190
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