15/05/17 12:05 AM por
Roberto de Mattei
Quinientas mil personas
esperaban al papa Francisco en la explanada del santuario de Fátima para
asistir a la canonización de los pastorcitos Francisco e Jacinta, de 9 y 11
años respectivamente, y que junto con su primita Lucía dos Santos vieron a la
Virgen y escucharon sus palabras entre el 13 de mayo y el 13 de octubre de
1917. La canonización se ha llevado a cabo, y la Iglesia ha inscrito en el
elenco de los santos a los niños no mártires más pequeños de su historia. Su
prima Lucía, fallecida en 2005, se encuentra en proceso de beatificación.
Eso sí, lo que esperaban
los devotos de Fátima de todo el mundo no era sólo la canonización de los
videntes, sino también el cumplimiento por parte del Papa de algunas peticiones
de la Virgen no realizadas todavía.
Dos centenarios
contrapuestos se cumplen este año: el de las apariciones de Fátima y el de la
Revolución Bolchevique de Lenin y Trotsky, que tuvo lugar en Rusia el mismo mes
en que en Portugal finalizaba el ciclo mariano. La Virgen anunció en Fátima que
Rusia propagaría sus errores por el mundo, y que dichos errores darían lugar a
guerras, revoluciones y persecuciones contra la Iglesia. Con miras a evitar
estas desgracias, la Virgen pidió ante todo un sincero arrepentimiento de la
humanidad y el regreso a los principios del orden moral cristiano. A esta
necesaria enmienda por parte de los cristianos, la Virgen añadió dos pedidos
concretos: la consagración de Rusia al Corazón Inmaculado de María, realizada
por el Papa en unión con todos los obispos del mundo, y la difusión de la
práctica de los primeros sábados de mes, consistente en unirse a Ella y
confesar y comulgar durante cinco sábados consecutivos, meditando por quince
minutos y rezando el Santo Rosario.
Las autoridades
eclesiásticas nunca han promovido la difusión de la práctica de los primeros
sábados de mes, y los actos pontificios de encomienda y consagración a la
Virgen han sido parciales e incompletos, pero sobre todo -y desde hace al menos
cincuenta años-, los sacerdotes han dejado de predicar el espíritu de
sacrificio y de penitencia, tan íntimamente ligado a la espiritualidad de los
pastorcillos recién canonizados. Cuando en 1919 Lucía visitó a Jacinta en el
hospital en vísperas de la muerte de ésta, su conversación se centró en los
padecimientos ofrecidos por ambas a fin de evitar a los pecadores las terribles
penas del Infierno que les había mostrado la Virgen.
El papa Francisco, que
nunca había estado en Fátima, ni siquiera siendo sacerdote, pasó por alto todos
estos temas. El 12 de mayo, en la Capilla de las Apariciones, presentándose
como «obispo vestido de blanco», el Papa declaró: «Vengo como profeta y
mensajero para lavar los pies a todos, en torno a la misma mesa que nos une».
Tampoco hubo invitación a imitar el ejemplo de Francisco y Jacinta.
«Recorreremos, así, todas las rutas, seremos peregrinos de todos los caminos,
derribaremos todos los muros y superaremos todas las fronteras, yendo a todas
las periferias, para revelar allí la justicia y la paz de Dios». En su homilía
del 13 de mayo en la explanada del santuario, Francisco recordó a todos sus
hermanos «en el bautismo y en la humanidad, en particular los enfermos y los
discapacitados, los encarcelados y los desocupados, los pobres y los
abandonados», e hizo una invitación a descubrir de nuevo «el rostro joven y
hermoso de la Iglesia, que resplandece cuando es misionera, acogedora, libre,
fiel, pobre de medios y rica de amor».
La dimensión trágica del
mensaje de Fátima, que gira en torno a los conceptos de pecado y castigo, ha
quedado desechada. La Virgen le había dicho a la pequeña Jacinta que las
guerras no son otra cosa que el castigo por los pecados del mundo, y que los
pecados que llevan más almas al Infierno son los que atentan contra la pureza.
Si actualmente vivimos una «tercera guerra mundial a pedazos», como ha afirmado
con frecuencia el papa Francisco, es imposible no relacionarlo con la terrible
avalancha de inmoralidad contemporánea, que ha llegado hasta el punto de
legalizar la inversión de las leyes morales. La Virgen le dijo también a
Jacinta que si no había enmienda y penitencia, la humanidad sería castigada,
pero al final su Corazón Inmaculado triunfaría y el mundo entero se
convertiría. Hoy en día no sólo se aborrece la palabra castigo porque la
misericordia de Dios borra todo pecado, sino que la idea misma de conversión
desagrada, ya que el proselitismo, según el papa Francisco, «es el veneno más
fuerte contra el camino ecuménico».
Es necesario reconocer que
el mensaje de Fátima, reinterpretado según las categorías sociológicas del papa
Bergoglio, tiene poco que ver con el profético anuncio del triunfo del Corazón
Inmaculado de María, que hace cien años la Virgen dirigió al mundo.
Roberto de Mattei
(Traducido por J.E.F)
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