¡Creo en tu Resurrección, Señor!
¡Creo que al tercer día, después de tu muerte en la cruz, te despertaste victorioso del sueño de la muerte por el poder de tu divinidad!
No creo por la luz de mi humana inteligencia, sino por la gracia de la fe que me regalaste en el santo bautismo.
¡Creo en Tí, Señor, pero aumenta mi fe!
La llama ardiente de tu amor al Padre, y la compasión por el género humano, te movió a encarnarte y entregar tu vida para redimirnos del pecado y de la muerte.
Con tu Resurrección has abierto el camino para que cuantos crean en tu Nombre puedan participar de tu triunfo y alcanzar la bienaventuranza eterna.
¡Gracias, Señor, por tu Encarnación, por tu Pasión, por tu Muerte y Resurrección!
Te abajaste hasta nosotros y te humillaste, haciéndote Siervo, anonadándote hasta las profundidades de nuestra miseria y de nuestro pecado.
Te erguiste victorioso de la postración de la muerte para elevarnos contigo a las alturas de la vida y de la felicidad eternas.
¡En tu muerte y sepultura hemos muerto y hemos sido sepultados contigo!
¡En tu Resurrección hemos resucitado contigo a una vida nueva y llevamos en nosotros la semilla de la resurrección futura!
Viniste al mundo para traernos vida y vida en abundancia. La vida nueva, germen de la vida futura en toda su plenitud, pero que ya aquí y ahora nos da la capacidad de hacer brotar esa nueva vida que es germen y anticipo de la vida que esperamos gozar en tu reino.
A tu paso por esta tierra todo lo ibas llenando de luz y de vida con la fuerza de tu amor, con las caricias de tu ternura, con el bálsamo de tu compasión.
Curaste a los leprosos, devolviste la vista a los ciegos, hiciste andar a los tullidos, acogiste a los pecadores, bendeciste a los niños, hiciste volver a la vida a los muertos, sanaste a los enfermos, tuviste palabras de esperanza y de justicia para los pobres... ¡Todo en Ti irradiaba vida y esperanza!
¡Haznos, Señor, testigos de tu Resurrección!
Líbranos de una fe mortecina y sacude nuestra tibieza.
Líbranos de la carcoma del fariseísmo y revístenos del espíritu de humildad, para que nuestra fe sea pura y nuestro testimonio sea atrayente y creíble para nuestro prójimo.
Que con tu gracia y con tu vida en nosotros pasemos por el mundo resucitando y llenando de vida todo lo que está mortecino, desesperanzado, humillado y desolado en el corazón de nuestros hermanos.
Tú Resurrección es un no rotundo a todo aquello: palabras, obras, actitudes y circunstancias que destruyen al ser humano, que rompen el corazón de las personas, que infringen dolor, angustia y desolación.
¡Cristo Resucitado, llénanos de la vida de tu amor para que seamos portadores de tu paz, de tu luz y de tu bondad, para sanar todos los corazones afligidos!
Manuel María de Jesús F,F.
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