Dolorosa, siempre unida a Jesús en sus tribulaciones.
Dolorosa, al pie de la Cruz en la tarde del Viernes Santo.
Dolorosa, en la amargura y en la soledad del Sábado sin Jesús
Dolorosa, a través de los siglos.
Siempre al pie de la Cruz donde el Cuerpo Místico es crucificado.
Dolorosa, compartiendo los sufrimientos de la humanidad lacerada, humillada y sometida al poder del mal.
Es en tus Dolores donde más fácilmente apreciamos el peso de tu maternidad, la verdad de tu ser de Madre, la profundidad de tu amor a Dios y al género humano.
Todavía hoy la espada continua traspasando tu alma, y seguirá clavada en tu corazón hasta que tu Hijo vuelva a la tierra para inaugurar los cielos nuevos y la tierra nueva.
En tu sufrir silencioso tan sólo esperas de nosotros un acto de amor.
No nos dejes caer en la tentación de engañarnos a nosotros mismos pensando que son los demás los causantes de tu dolor.
Concédenos la humildad suficiente para que cada uno sepa aceptar la propia responsabilidad en la contribución a tu sufrimiento maternal.
Que no confundamos la compasión que esperas de nosotros con un sentimiento hipócrita y estéril, sino que sea un compromiso verdadero por llevar a nuestra vida diaria la práctica de tus ejemplos y virtudes.
La espada que atraviesa tu corazón sencillo y humilde es la soberbia y altanería de los que nos decimos seguidores de Cristo e hijos tuyos.
La espada que atraviesa tu alma rebosante de amor y de misericordia es la dureza de corazón de los que cada día nos atrevemos a orar al Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo.
La espada que atraviesa tu alma fidelísima son nuestras escandalosas faltas de fe, esperanza y caridad. Nuestros corazones fríos y resecos ante las necesidades de nuestro prójimo.
Espadas que se clavan en tu corazón son todas nuestras traiciones al espíritu y a la letra del Evangelio.
Perdónanos, Madre, por ser causantes de tu dolor.
Traspasa Tú nuestros corazones con la espada del amor de Dios y del amor al prójimo.
Manuel María de Jesús F.F.
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