Mas nosotros católicos, fieles adoradores del Santísimo Sacramento, ¡"con qué alegría" exclama el elocuente Padre Fáber, "debemos contemplar esta resplandeciente e inmensa nube de gloria que la Iglesia hace hoy subir hacia Dios! ¡Sí, se diría que el mundo está aún en su estado de fervor e inocencia, primitivas! Mirad estas gloriosas procesiones que con sus estandartes resplandecientes por el sol, se desarrollan en las plazas de las opulentas ciudades, por la calles de los pueblos cristianos cubiertas de flores, bajo las bóvedas venerables de las antiguas basílicas y a lo largo de los jardines de los Seminarios, asilos de piedad. En esta aglomeración de pueblos, el color del rostro y la diversidad de lenguas no son sino nuevas pruebas de la unidad de esta fe que todos se regocijan de profesar por la voz del magnífico ritual Romano. ¡En cuántos altares de distinta arquitectura, adornados con las flores más suaves y resplandecientes, en medio de nubes de incienso, al son de cantos sagrados y en presencia de una multitud prosternada y recogida, el Santísimo Sacramento es elevado sucesivamente para recibir las adoraciones de los fieles, y descendido para bendecirlos! ¡Cuántos actos inefables de fe y de amor, de triunfo y reparación, cada una de estas cosas nos representan! El mundo entero y el aire de la primavera se llenan de cantos de alegría. Los jardines se despojan de las bellas flores, que manos piadosas arrojan al paso de Dios, oculto en el Santísimo Sacramento. Las campanas tocan a lo lejos sus graciosos carrillones. El Papa en su trono y la doncella de su aldea, las religiosas claustradas y los ermitaños solitarios, los obispos, los dignatarios y predicadores, los emperadores, los reyes y los principes, todos piensan hoy en el Santísimo Sacramento. Las ciudades se ven iluminadas, las moradas de los hombres se animan con trasportes de alegría. Es tal el gozo universal, que los hombres se entregan a él sin saber por qué, y que se comunica de rechazo a todos los corazones donde reina la tristeza, a los pobres, a todos los que lloran su libertad, su familia o su patria. Toaos estos millones de almas que pertenecen al pueblo regio y al linaje espiritual de San Pedro, están hoy más o menos preocupados con la idea del Santísimo Sacramento; de suerte que la Iglesia militante entera salta de un gozo y de una emoción semejante al oleaje del mar agitado. El pecado parece olvidado; las lágrimas mismas parecen arrancadas más bien por la abundancia dé felicidad que por la penitencia. Es una embriaguez semejante a la que transporta al alma a su entrada en el cielo; o bien se diría que la tierra se convierte en cielo, como podría suceder por efecto de la alegría de que la inunda el Santísimo Sacramento".
Durante la procesión se cantan los himnos del oficio del día, el Lauda Sion, el Te Deum, y según la duración del trayecto, el Benedictus, el Magníficat u otras piezas litúrgicas, que tienen alguna relación con la fiesta, como los himnos de la Ascensión indicados en el Ritual. De vuelta a la Iglesia, la función se acaba como las exposiciones ordinarias, con el canto del Tantum ergo, del verso y la oración del Santísimo Sacramento. Mas después de la Bendición solemne, el Diácono expone la Sagrada Hostia sobre el trono, donde los fieles la formarán, durante ocho días, una guardia amorosa y solícita.
No debemos concluir esta festividad sin mencionar, aunque sea brevemente la gran devoción que en España se viene teniendo, ya de antiguo, al Santísimo Sacramento, y el esplendor con que en siglos pasados se celebró y sigue celebrándose hoy día la gran fiesta del Corpus y su Procesión. Esta veneración hacia Jesús Sacramentado la testimoniaron de consuno el arte y la literatura. El arte nos ha legado un tesoro inmenso de custodias que son verdaderas joyas, cuajadas de primores artísticos no menos que de materias preciosas. La literatura nos ofrece una riquísima copia de Autos Sacramentales en que el ingenio y la doctrina de nuestros dramaturgos clásicos, derrochó galanuras de elocuencia y poesía e hizo de nuestro pueblo un pueblo que podríamos llamar teólogo.
Esta devoción al Santísimo, junto con la de la Inmaculada Madre del Verbo hecho Hombre, la supieron inocular nuestros misioneros en toda la América Española, que, si tenía a gala en competir antiguamente con la Madre Patria en rendir honores al Dios de la Hostia, hoy conserva todavía esa singular veneración al más augusto de los misterios del cristianismo. ¡Gloria a la España Católica, y gloria a las naciones por ella cristianizadas!
Dom Prósper Gueranger, O.S.B.
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