A lo largo de este año en el que estamos celebrando el décimo aniversario de la partida de este mundo de la Madre María Elvira de la Santa Cruz, Cofundadora de las Misioneras de la Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa Maria Reina, intentaremos acercarnos a su persona, a su espiritualidad y a las "obras grandes" que intuimos el Señor realizó en un alma sencilla, humilde y llena de fe como la suya.
¡Es bueno cantar y contar las obras del Señor!
¡Es bueno escrutar con mirada contemplativa las misericordias que el Señor realiza en quienes lo aman y lo buscan con sincero corazón!
La Madre María Elvira es una de esas almas nobles que dejándose conducir y guiar por la luz de la fe buscó glorificar al Señor con su propia vida, entregarse al fuego de su Amor Misericordioso y expandir ese mismo fuego de amor a los que vivían a su alrededor.
Muchos de quienes la trataron no pudieron dejar de preguntarse de dónde sacaba sus fuerzas para llevar a cabo la misión que el Señor le había encomendado, en medio de grandes sufrimientos físicos, enfrentándose a dificultades, incomprensiones y retos de todo tipo.Ella fue probada hasta el límite, siguiendo la estela de tantos fundadores que brillan como ejemplos luminosos en la historia de la Iglesia Católica.
Las pruebas y dificultades con las que se encontró nunca las rodeó ni las escamoteó. Con el don de fortaleza que el Espíritu Santo concede a sus fieles, la Madre María Elvira no eludió el combate ni la lucha.
La grandeza de las obras de Dios no guarda proporción con la espectacularidad, con el éxito humano, con la apariencia externa, con el juicio de los hombres, ni con el brillo de los triunfos de este mundo.
Casi siempre la grandeza de las obras divinas se realiza bajo tierra, como la semilla que es plantada y enterrada, que muere y se pudre hasta que un día florece y crece y da frutos abundantes.
Sólo Dios y sus santos, a quienes Él se lo revela interiormente, tienen el conocimiento y la ciencia exacta sobre el valor y el misterio que se encierra en el tiempo. Los tiempos de Dios no son los tiempos de los hombres. Los santos lo saben y por ello obran en consecuencia con esa lógica divina, una lógica que a ojos del mundo y de las almas mundanas es juzgada como ignorancia, necedad y falta de juicio.
Las almas de Dios siguen una ciencia muy distinta a la sabiduría mundana. Ellos son los expertos en la Sabiduría de la Cruz de Cristo.
En este trece de Mayo, aniversario de las Apariciones de Fátima, no podemos dejar de presentar la figura de la Madre María Elvira de la Santa Cruz y de su obra fundacional, pues su vida y su espiritualidad no se pueden disociar del Mensaje y de la encomienda que la Virgen Santísima entregó a los Pastorcitos: Francisco, Jacinta y Lucía.
La Blanca Señora, "más brillante que el Sol", puso en manos de sus pequeños elegidos unos mensajes y una misión que no tenían en ellos su conclusión.
En Fátima (con Pontevedra y Tuy), inauguró la Blanca Señora "espectacularmente" y atronadorament, la "Era de María". Una Era que venía preparando Ella misma con mimo maternal desde sus Apariciones de la Medalla Milagrosa (1830), de La Salette (1846) y de Lourdes (1858).
Fátima (1917), con Pontevedra (1925) y Tuy (1929), es una "explosión de lo sobrenatural", que pone de manifiesto el cumplimiento de las Profecías contenidas en el Libro Sagrado del Apocalipsis sobre la lucha de la Mujer vestida de Sol y coronada de estrellas contra la Serpiente enemiga de la Obra Redentora de Cristo y de toda la estirpe humana.
Los Mensajes y la misión encomendada por la Virgen Blanca a los Pastorcitos se dirigen a toda la Iglesia.Los pequeños Pastorcitos son sólo los primeros eslabones de una gran cadena que es el "ejército de María", los Apóstoles de la Señora celestial, los "Apóstoles de los Últimos tiempos".
Fátima es una espiritualidad, es el corazón de la espiritualidad católica.
Fátima es el núcleo del Evangelio, presentado, recomendado y urgido por la Madre de Dios y Madre de todos los hombres.
Fátima es la proclamación del Evangelio de la Cruz Redentora,única fuente de Vida eterna y de Salvación para el género humano.
En esa "Escuela de María" que es Fátima, escuela recomendada por el Vicario de Cristo San Juan Pablo II a toda la Iglesia contemporánea, es donde reside el "secreto" de la vida espiritual de la Madre María Elvira y de su obra.
Es una vida tejida con la humildad, con el sacrificio aceptado y ofrecido por la conversión de los pobres pecadores. Una vida tejida con la suprema adoración a Dios presente en la Divina Eucaristía, con el amor a la Iglesia y con el celo ardiente por la salvación de las almas. Una vida cuya fuente está en el Santo Sacrificio de la Misa, donde está la fuente que mana y corre para que los redimidos beban gratis a diario el agua y la sangre que comunican la vida eterna.
María Elvira de la Santa Cruz aceptó la vocación de hacerse Misionera y Apóstol de Nuestra Señora. En la espiritualidad de Fátima, en la "Escuela de María" aprendió a vivir y a transmitir a los otros las enseñanzas de la Madre Celestial.
Desde muy joven, María Elvira, se puso diariamente a los pies de la Virgen en la Capilla de las Apariciones en Pontevedra. Y allí fue gustando las delicias del Corazón Inmaculado de María. Allí fue meditando, acogiendo y guardando en su corazón los mensajes maternales que Nuestra Señora de Fátima comunicó a los Pastorcitos.
Muchas veces a lo largo de su corta vida estuvo a los pies del trono maternal de María en la Cova de Iría. A los pies de la Madre Santísima encontró siempre la luz, la orientación y la fuerza para desplegar la tarea que el Señor y la Virgen ponían en sus manos generosas.
Como Misionera de la Fraternidad supo encarnar con maestría el espíritu de consolación y de reparación que embargaba el alma del Beato Francisco, el espíritu de reparación al Corazón de María y el celo por la conversión de los pobres pecadores que consumía a la pequeña Beata Jacinta, y las ansias de ser "apóstol del Inmaculado Corazón" como la Hermana Lucía.
Dios tiene sus designios y su manera providente de hacer las cosas.
Los pequeños confidentes de Nuestra Señora, Francisco y Jacinta, fueron llevados al cielo en su tierna edad. La Hermana Lucía sufrió por obediencia hasta el fin de sus días un incomprensible silencio que le fue impuesto por los superiores de la Iglesia.
A la Madre María Elvira de la Santa Cruz el Señor le aceptó de inmediato la ofrenda de su propia vida dejando su obra en una dolorosa orfandad maternal.
¿Qué podemos argüir ante estas formas de proceder la Divina Providencia?
Es un proceder incomprensible y misterioso a los ojos de los hombres.
En apariencia se trataría de un fracaso en toda regla.
¡No es así! ¡No será así!
La clave está en los labios y en la palabras de la Mujer más brillante que el sol. La esperanza de un triunfo seguro está en el grito maternal de María:
"¡Y al fin mi Inmaculado Corazón triunfará!"
El Corazón Inmaculado de María triunfará en sus elegidos, en sus obras y apostolados, en la Iglesia, en el mundo y por toda la eternidad.
Quienes confían en el Señor jamás serán confundidos y los siervos de María nunca perecerán.
Pedimos al Corazón Inmaculado de María que suscite muchas almas jóvenes que lleven adelante con ilusión y confianza la obra que Ella comenzó con su hija María Elvira. Mujeres de corazón maternal, Esposas de Cristo, que siguiendo las huellas de la Madre María Elvira consagren su vida, como apóstoles intrépidas del Corazón Inmaculado, para extender hasta los confines de la tierra su reinado maternal.
¡Ave María Purísima!
Manuel María de Jesús, F.F.
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