Tomad
a San José como a vuestra dueño y señor, como al más íntimo de vuestros amigos
y al más poderoso de vuestros protectores, pues fue entre todos los hombres el
fidelísimo cooperador de la obra de Dios.
(Gersón)
Por
una maravillosa disposición de la divina providencia, San José, cuya vida fue
tan oscura y escondida a los ojos de los hombres, puede servir de perfecto
modelo a todos los cristianos de vida interior, que en cualquier condición
quieren servir fielmente a Jesucristo, y marchar en su seguimiento en el camino
de la perfección. Podemos decir de San José lo que San Ambrosio dijo de la
Santísima Virgen: Talis fuit Maria, ut ejus vita omnium sit disciplina, La vida
interior consiste esencialmente en el recogimiento del espíritu, en la
vigilancia de todos los afectos del corazón, y en una constante unión con Dios;
es la feliz disposición de un alma que, alejada de las cosas externas y
sensibles, se ocupa continuamente en los grandes misterios de la fe, y está
siempre dispuesta a perfeccionarse en la piedad.
Tal
fue la vida de San José, y tales las disposiciones habituales de su alma.
Estudiémoslas diligentemente en la oración, a fin de uniformar nuestra conducta
con la suya, y nuestros sentimientos, con los suyos. Oh, si penetráramos
perfectamente en el corazón de este gran Santo, y viéramos cómo arde en el amor
de Dios, no repararíamos ya tanto en lo que agrada o desagrada a nuestro amor
propio. Hacednos conocer, Dios mío, ese interior admirable; introducidnos en esa escuela de
piedad, de recogimiento, de oración, a fin de que, disgustados de las cosas
exteriores, abandonemos los falaces gustos de la vanidad mundana que nos alejan
de Vos, alejan de Vos nuestro corazón, y nos privan de las riquezas inefables
de vuestro Reino interior.
Guiados
por Vos mismo, oh Señor, entraremos en el corazón del más amado e íntimo de
vuestros amigos. ¡Qué calma perfecta en todas sus pasiones! ¡Qué silencio en
las potencias todas de su alma! ¡Qué torrente de puras delicias inundan su
corazón! … Su vida es una continua oración: sin ningún esfuerzo se eleva a la
contemplación de los más sublimes misterios, siempre unido a Vos, con el
pensamiento de vuestra presencia y por el más vivo sentimiento de amor. Él os
ve, os conoce, os ama, y todo aquello que a Vos no se refiera, desaparece a sus
ojos.
Con
estas santas disposiciones, ¡cómo debió de aprovechar San José de la ventaja
que tenía de conversar familiarmente con Jesús y con María, y de encontrarse
junto a la fuente de la gracia! ¡Y qué maravillosos fueron en su alma, los
efectos de la presencia visible de Dios!..
Por
eso la Iglesia consideró siempre a este gran Santo como el patrono y el modelo
de las almas interiores, porque sus ejemplos son los más eficaces para
conducirlas a la perfección evangélica.
La
devoción a San José, bien entendida y bien practicada, es uno de los medios más
poderosos para hacer rápidos progresos en la verdadera y sólida piedad.
Persuadidos de que la mejor manera de honrar a los santos es imitando sus
virtudes, seremos humildes, castos, dulces, recogidos, fieles al silencio y a
la oración, como San José. Se advertirá en nuestra conducta la misma
conformidad con la voluntad de Dios, el mismo desapego de los bienes de la
tierra, el mismo amor al trabajo y a la penitencia; se verá en nuestras
costumbres la misma sencillez, el mismo candor, la misma pureza. Aprenderemos
de este gran Santo a amar tiernamente a Jesús, a no obrar sino por El, a ser
perfectos seguidores de la fe de la Iglesia, de esa Iglesia santa de la que la
humilde casa de San José fue, por así decirlo, cuna y primer santuario.
San
José debe servir de modelo, en modo particular, a las personas religiosas, que
tienen la suerte de estar consagradas a Dios: separadas del mundo, gozan como
él de la paz y del silencio. A ellas corresponde destacarse con una piedad más
tierna, más particular hacia este Santo, a quien deben venerar como a padre y
modelo, por cuanto su propia vocación las hace más semejantes a él. Y en verdad
que toda la vida de San José fue una vida humilde, pobre, escondida, que
trascurrió por entero en el recogimiento y en la oración; y nos ofrece el
ejemplo de la pureza más inviolable, de la obediencia más perfecta, del
espíritu de pobreza que debe animarlas, de la amorosa afección y unión de los
corazones que debe reinar entre los miembros de una misma familia.
Todas
las acciones de San José, todos sus trabajos, están consagrados a Jesús y a
María, y su muerte puede considerarse como la más santa y afortunada. Por lo
cual, ¿a quién podrá convenir mejor este perfecto modelo de vida interior, sino
a las almas religiosas, quienes como él deben vivir en la humildad, en el
desprendimiento de las criaturas, en la soledad y en la unión con Dios? ¿Quién,
pues, debe ser más devoto de este Santo, cuyo corazón ardía en tanta caridad,
sino las personas que tienen la felicidad de servir a Jesucristo en la persona
de los niños y de los pobres?.
¿Quién
habrá que pueda infundirnos una mayor seguridad en la protección de este santo
patrono de la buena muerte, sino las personas cuya vida fue una continua muerte
a sí mismas y a las vanidades de este mundo?. . .
Las
personas consagradas a la educación de la juventud, también deben adoptar a San
José como Patrono de una misión de tanta trascendencia, pues el que ha ejercido
la tutela del Hijo de Dios puede alcanzarles la gracia toda particular que les
facilite el cuidado de la juventud, y esta a su vez tendrá en Jesús el modelo
perfecto de la docilidad, el amor y el respeto debidos a los maestros.
El
piadoso señor Ollier proponía a sus discípulos el Santo Patriarca como perfecto
modelo de la vida sacerdotal. «Sí —repetía—, son los sacerdotes quienes
particularmente deben imitar a San José en lo que respecta a los hijos que
engendran para Dios. Este Santo dirigía y gobernaba al Niño Jesús con el
espíritu de su Padre celestial, con su dulzura, con su sabiduría, con su
prudencia, y nosotros debemos proceder así con todos los miembros de Jesucristo
confiados a nuestros cuidados, y a quienes debemos tratar con la misma
veneración con que San José trataba al Niño Jesús» (Vida del padre Ollier).
El
respeto con que San José gobernaba al Hijo de Dios, que había querido sujetarse
a él, enseña a todos los ministros de Dios con qué reverencia y con qué temor
deben celebrar el tremendo sacrificio, por el cual el divino Salvador se pone en
sus manos para ser ofrecido a su Padre celestial. Sí, nosotros más que nadie;
nosotros, que tocamos el Cuerpo de Jesucristo, ¡cuánto debemos amar a este
Santo, que fue el primero entre todos los hombres que recibió en sus brazos al
Salvador, y ofreció a Dios las primicias de esa Sangre preciosa, que el Verbo
encarnado vertió en la Circuncisión!…
Debemos
mirar a Jesús sobre nuestros altares con la misma fe y con la misma piedad con
que San José le miraba en el pesebre.
San
José tiene útiles lecciones y admirables ejemplos para los que se dedican al
apostolado. Es su perfecto modelo en las penosas fatigas de su profesión; en
los viajes y peregrinaciones; en los cuidados que dispensaba a la Sagrada
Familia; en las instrucciones, el aliento y los consuelos que con tanto celo
prodigaba al prójimo en Egipto y en Nazaret.
San
José es perfectísimo modelo para los que abrazaron el estado de virginidad, y
lo es también para aquellos que, respondiendo a la voluntad de Dios, se
disponen al matrimonio o ya están en este estado. ¡Con qué santas disposiciones
el castísimo José recibió a María por esposa!… No buscaba otra cosa sino
uniformarse perfectamente a la voluntad de Dios y gloriarse de la compañía de
tan augusta Virgen, para practicar con mayor mérito y perfeccionar en cierto
modo la bella virtud de la pureza, virtud que, como María, había tenido la
gracia de amar y estimar por sobre cualquier otra cosa de este mundo.
Santa
Cecilia; San Eduardo, rey de Inglaterra; San Eleazar, conde Arián; Boleslao,
rey de Polonia; Alfonso II, rey de Castilla, y muchos otros siervos de Dios,
imitando el admirable ejemplo de San José, vivieron en el matrimonio como
verdaderos ángeles.
Si,
por último, consideráis a San José, no sólo como a esposo castísimo de la más
pura de las vírgenes, sino también como a padre nutricio de Jesús, ¿no es
también un excelente modelo de educador? Y ¿no es una lección para los padres
cristianos, acerca del cuidado que deben tener con los hijos que Dios les ha
dado, la amorosa solicitud con que San José cuidó de la infancia de Jesús?. . .
Aun cuando era de la real estirpe de David, se vio obligado a ganarse el pan
con el trabajo de sus manos, dando con ello ejemplo de la paciencia y de la
sumisión a la voluntad de Dios con que los padres deben vivir en su pobreza.
En
una palabra, los cristianos de toda condición hallan en todas las acciones de
San José, las normas de conducta adaptadas a su propio estado: su vida es algo
así como una enseñanza general propuesta por la Iglesia a todos los fieles que
la componen.
Así
como los pueblos azotados por el hambre acudían al rey de Egipto para obtener
trigo, y este los enviaba a José, que era el depositario y dispensador de todas
las riquezas del reino, dicién- doles: «Id a José: Ite ad Joseph», del mismo
modo, Dios nos muestra al nuevo José, que El escogió de entre todos los hombres
para confiarle la persona adorable de su Hijo, y todos los tesoros de gracia
que encierra. Por lo que decimos, en consecuencia, a todos los cristianos:
¿Queréis obtener de Dios todas las gracias que necesitáis? Acudid con fe a la
poderosa intercesión del predilecto del Rey de los reyes: Ite ad Joseph. ¿Os
halláis en medio de graves tribulaciones? ¿Os apena algún temor? Ite ad Joseph,
¿Sentís alguna angustia? ¿Sois molestados por pasiones violentas? Ite ad
Joseph. ¿Habéis perdido la paz del alma? ¿Sentís desgano en el servicio de Dios
o aridez de espíritu? Ite ad Joseph. ¿Teméis las ilusiones del espíritu
infernal? ¿Tenéis necesidad de consejo en vuestras dudas, y de luz para conocer
la voluntad de Dios? Ite ad Joseph, que fue el único capaz de explicar las misteriosas visiones de los sueños de
Faraón: Ite ad Joseph.
Los
demás santos son invocados en ciertas necesidades particulares, pues parece que
Dios hubiera querido repartir entre todos su poder para socorrernos; pero San
José recibió un poder general ilimitado para todas las necesidades del alma y
del cuerpo.
La
augusta Madre de Dios tiene, no hay duda, el primer lugar junto a su divino
Hijo, y es a su misericordia a la que debemos dirigirnos con la más grande
confianza en todas nuestras necesidades: la devoción a San José no se opone a
la que debemos a su Santísima Esposa; antes bien, las dos devociones se
completan.
Y
no podemos, en nuestros ejercicios de piedad, separar a estos dos esposos, cuya
unión fue formada por Dios, que así quiso dárnoslos como modelos y protectores:
Quos Deus conjunxit, ho-mo non separet (Marc. X, 9).
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