En el siglo VI de la
era cristiana había caído el Imperio Romano debido a la corrupción política, a
la degeneración de las costumbres y al desprecio de la moralidad.
Dios suscitó en ese
momento muchos santos para la regeneración de los pueblos y de las naciones.
Una de las figuras que destaca en ese momento es San Benito.
San Benito es considerado
el fundador del monacato en el Occidente cristiano. Un joven que se tomó en
serio su vida cristiana y el Evangelio de Jesucristo.
Se apartó de una
sociedad corrompida por el pecado y se hizo monje. Monje es una palabra que
significa “solo”. Esto quiere decir, el que busca en su vida una sola cosa.
San Benito, siendo de
una posición social alta, siendo una persona preparada y con estudios, decidió
apartarse de la sociedad de su tiempo, corrompida por la falta de valores, y
dedicarse enteramente a la búsqueda de Dios. Para él sólo una cosa era
necesaria: “buscar a Dios” en el silencio, en la oración y en la meditación de
la Sagrada Escritura.
Para ello se retiró a
las montañas de Subiaco, cerca de Roma, poniendo en práctica una vida de
oración, de soledad, de penitencia y de meditación de la Palabra de Dios.
Muy pronto la fama de
San Benito se extendió por todos los alrededores y muchos cristianos que eran
conscientes de que la sociedad en la que vivían se alejaba cada vez más de los
valores y de las enseñanzas del Evangelio acudían a San Benito para que los
dirigiera espiritualmente y con sus enseñanzas les ayudara a mantenerse como
buenos cristianos.
Entre estas personas
destacan los padres de un adolescente que se llamaba Mauro, hijo de un Senador
romano, y el padre de un niño que se llamaba Plácido. Estos dos padres fueron a
Subiaco y llevaron a sus hijos para que San Benito los educase y los formase
como verdaderos cristianos.
Buenos padres
cristianos que eran conscientes de su obligación de dar a sus hijos una buena formación
cristiana. Este es el deber principal de los padres: educar a sus hijos en la
ley y en las enseñanzas del Señor.
Mauro y Plácido fueron
tan bien formados cristianamente y humanamente por San Benito, que los dos jóvenes descubrieron
que el Señor los llamaba a ser monjes; esto es, a tener un solo objetivo en su
vida: “Buscar a Dios” y entregarle a Él su corazón y su vida entera.
San Mauro y San Plácido
crecieron al lado de San Benito y llegaron a ser monjes santos. San Mauro, cuya
fiesta celebra hoy la Iglesia, llegó a ser Abad del monasterio de Subiaco. En
su vida destacó por su amor a los enfermos, por su caridad hacia los pobres que
son los que más cerca están del corazón de Dios.
Estos jóvenes, Mauro y
Plácido, son un ejemplo para todos los niños y jóvenes católicos. Nos enseñan a
todos que lo más importante de esta vida es conocer a Jesús y entregarle el corazón y la propia vida.
Jesús es la fuente de la felicidad verdadera. Jesús es el único que puede dar un
sentido pleno a nuestra vida y llenar los corazones de los que buscan la
plenitud.
En Mauro y en Plácido constatamos la fuerza de la gracia de Dios que hace obras grandes en los corazones que desde la edad más tierna ponen en Él todo el afecto de sus limpios corazones.
La Iglesia considera a
San Mauro como intercesor de todos aquellos que sufren enfermedades de reuma,
de los lisiados e impedidos, por el gran amor que él profesó a estos enfermos.
Manuel María de Jesús
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