CONSAGRACIÓN
DE LA FRATERNIDAD A SANTA MARÍA VIRGEN REINA
Te saludamos, oh María, sin pecado concebida,
Madre de Dios, Reina y Madre nuestra.
Somos tus hijos, rescatados por la Sangre de
Jesús, peregrinos y militantes por los caminos del mundo entre gozos y
tristezas, angustias y esperanzas. Desde el trono de la gloria regálanos tu
mirada maternal de misericordia y de consuelo.
En este día, Soberana Madre nuestra, nos
consagramos cada uno de nosotros a tu Inmaculado Corazón, consagrándote
también, en calidad de hijos esclavos de amor tuyos, la Fraternidad de Cristo
Sacerdote y Santa María Reina con todos sus miembros y colaboradores, sus
bienhechores y sus obras. Somos enteramente tuyos, oh Reina y Madre nuestra, y
cuanto tenemos tuyo es.
Reina
en nuestras almas haciéndonos humildes y sencillos como Tú. Fortalece nuestra
fe, aumenta nuestra esperanza en las
promesas de Jesús y aviva en nosotros el fuego del Amor de Dios. Vive Tú en
cada uno de nosotros y dígnate servirte de nuestras humildes personas y obras
apostólicas para dilatar tu reinado maternal hasta los confines de la tierra.
Venga tu reinado de amor sobre las familias
que las transforme en santuarios de la vida, de la piedad y de la entrega.
Líbralas de tantas amenazas de muerte como se ciernen sobre ellas.
Llegue tu reinado a los corazones de la
infancia y de la juventud. ¡Sí, venga a ellos tu reino! Tuyos son y que siempre
permanezcan tuyos.
Reina en la Iglesia de Jesús, tu Iglesia, de
la que eres Madre y Maestra y que hoy navega entre tempestades y amenazas de
asalto a la Roca. Venga a ella tu reinado de unidad.
Señora y Reina del mundo protege a los
pueblos del monstruo de la guerra que siega las vidas de los inocentes,
líbralos del hambre, instaurando tu reino de caridad en las almas. Defiéndelos
de la injusticia y la explotación. No dejes al mundo caer en la tentación de
despreciar la vida humana.
Atrae hacia Cristo a todos los pueblos y
naciones de la tierra, liberándolos de la esclavitud del pecado y de las
tinieblas del error.
Venga a nosotros tu Reino, oh María, nuevo
adviento para la llegada de Cristo, Príncipe de la Paz y Rey de los cielos y de
la tierra. Amén.
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