REGNUM MARIAE

REGNUM MARIAE
COR JESU ADVENIAT REGNUM TUUM, ADVENIAT PER MARIAM! "La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios. Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad. Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús. Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro. Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin límites ni reservas." (San Maximiliano María Kolbe)

lunes, 9 de febrero de 2015

BIENAVENTURADOS LOS MANSOS DE CORAZÓN

Don de Piedad 
La piedad es la amorosa aptitud del corazón que nos lleva a honrar y servir a nuestros padres y allegados. 
El don de piedad es la disposición habitual que el Espíritu Santo pone en el alma para excitarla a un amor filial hacia Dios
La religión y la piedad nos conducen ambas al servicio, de Dios: la religión lo considera como Criador y la piedad como Padre, en lo cual esta es más excelente que aquella. La piedad tiene una gran extensión en el ejercicio de la justicia cristiana: se prolonga no solamente hacia Dios, sino a todo lo que se relacione con El, como la Sagrada Escritura que contiene su palabra, los bienaventurados que lo poseen en la gloria, las almas que sufren en el purgatorio y los hombres que viven en la tierra
Dice San Agustín que el don de piedad da a los que lo poseen un respeto amoroso hacia la Sagrada Escritura, entiendan o no su sentido. Nos da espíritu de hijo para con los superiores, espíritu de padre para con los inferiores, espíritu de hermano para con los iguales, entrañas de compasión para con los que tienen necesidades y penas, y una tierna inclinación para socorrerlos. 
Este don se encuentra en la parte superior del alma y en la inferior: a la superior le comunica una unción y una suavidad espiritual que dimanan de los dones de sabiduría, de inteligencia; en la inferior excita movimientos de dulzura y devoción sensible. De esta fuente es de donde brotan las lágrimas de los santos y de las personas piadosas. Este es el principio del dulce atractivo que la lleva hacia Dios y de la diligencia que ponen en su servicio. Es también lo que les hace afligirse con los afligidos, llorar con los que lloran, alegrarse con los que están contentos, soportar sin aspereza las debilidades de los enfermos y las faltas de los imperfectos; en fin, hacerse todo para todos
Es preciso señalar que hacerse todo para todos --como hacia el Apóstol-, no es, por ejemplo, quebrantar el silencio con los que lo quebrantan, ya que es imprescindible ejercitar la virtud y observar las reglas; sino que es estar grave y comedido con los que lo están, fervorosos con los espíritus fervorosos y alegre con los alegres, sin salirse nunca de los limites de la virtud: es tomar la presteza al modo como lo hacen las personas perfectas, que son naturalmente fervientes y activas; es practicar la virtud con miramiento y condescendencia, según el humor y el gusto que tengan aquéllos con quienes tratan y tanto como lo permita la prudencia
Algunos condenan ciertas devociones fundadas en opiniones teológicas que, ellos no sostienen, pero que otros defienden. No tienen razón, porque en asuntos de devoción, toda opinión probable es suficiente para servir de fundamento. Por lo tanto, esta critica es injusta. 
El vicio contrario al don de piedad es la dureza de corazón, que nace del desordenado amor a nosotros mismos: este amor nos obliga a ser insensibles con todo lo que no sea nuestros propios intereses, a que no vibremos más que, con lo qué con nosotros se relaciona, a que veamos sin pena las ofensas a Dios y sin compasión las miseria del prójimo, a no molestarnos en servir a los demás, a no soportar sus defectos, a enfadarnos con ellos por la menor cosa y a conservar 'hacia ellos en nuestro corazón sentimientos de amargura de venganza, de odio y de antipatía. 
Opuestamente, cuanta más caridad y amor de Dios tenga un alma, más sensible será a los intereses de Dios y del prójimo. Esta dureza es extrema en los grandes del mundo, en los ricos avariciosos, en las personas voluptuosas y en los que no ablandan su corazón con los ejercicios de piedad y el uso de las cosas espirituales. Esta dureza se encuentra también frecuentemente entre los sabios que no unen la devoción con la ciencia y que para justificarse de este defecto lo llaman solidez de espíritu pero los verdaderamente sabios han sido siempre los mas piadosos, como San Agustin, Buenaventura, Santo Tomás, San Bernardo y en la Compañía, Lainez, Suárez, Belarmino, Lessius. 
Un alma que no puede llorar sus pecados, por lo menos con lágrimas del corazón, tiene o mucha impiedad o mucha impureza, o de lo uno y lo otro, como ordinariamente sucede a los que tienen el corazón endurecido. Es una desgracia muy grande cuando en la religión se estiman más los talentos naturales adquiridos que la piedad. Alguna vez veréis religiosos, y hasta superiores, que dicen que ellos prefieren tener un espíritu capaz para los negocios, que no todas esas devociones menudas, que son -dicen ellos-- propias de mujeres, pero no de un espíritu fuerte; llamando fortaleza de espíritu a a esta dureza de corazón tan contraria al don de piedad. Deberían pensar que la devoción es un acto de religión o un fruto de la religión y de la caridad, y por consecuencia, preferible a todas las otras virtudes morales; ya que la religión sigue inmediatamente a las virtudes teologales en orden de dignidad. 
Cuando un Padre, respetable por su edad y por sus cargos, dice delante de Los Hermanos jóvenes que estima los grandes talentos y los empleos brillantes, o que prefiere a los que destacan en entendimiento y en ciencia más que a otros que se distinguen por su virtud y piedad, perjudica mucho a esta pobre juventud. Es un veneno que hace corroer el corazón y del que quizá no se cure, jamás. Una palabra dicha a otro en confianza le puede perjudicar enormemente. 
No se puede imaginar el daño, que hacen a las ordenes religiosas los primeros que introducen en ellas el amor y la estimación a los talentos y a los empleos brillantes. Es una leche envenenada que se ofrece a los jóvenes a la salida del noviciado y que tiñe sus almas de un color que no se borra nunca
La bienaventuranza perteneciente al don de piedad es la segunda: «Bienaventurados los mansos». La razón es porque la mansedumbre quita los impedimentos de los actos de piedad y la ayuda en su ejercicio. Los frutos del Espíritu Santo que corresponden a este don son la bondad y la benignidad.

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