Conferencia del Profesor
Roberto de Mattei
Abadía de Buckfast, Devon,
Inglaterra
FÁTIMA 10O AÑOS DESPUÉS.
LLAMADA MARIANA PARA TODA LA IGLESIA
Contexto histórico del Mensaje de Fátima
El mensaje de Fátima
apunta al triunfo del Inmaculado Corazón de Maria. Ésta es su esencia, como
bien han entendido autores como el P. Joaquín Alonso (1938-1981) [1], el P.
Serafino Lanzetta [2] y otros. La profecía contenida en el mensaje del 13 de
julio de 1917 tiene su punto culminante en la promesa: «Al final, mi
Inmaculado Corazón triunfará». Es importante recalcar que esta promesa es
incondicional [3].
Ahora bien, hay otra
dimensión no menos importante que merece nuestra atención y en la
que quiero centrarme. Se trata de la profecía que afirma que si el
mundo no se convierte le sobrevendrá un gran castigo. Lo de Fátima no es un llamado
general a la oración y la penitencia, sino ante todo el anuncio de un castigo y
del triunfo final en la historia de la divina Misericordia.
En el amplio horizonte
de las revelaciones privadas, las apariciones de Fátima descuellan por una
característica propia: su estrecha ligazón con la historia. Las grandes
apariciones de Nuestra Señora en el siglo XIX –Rue du Bac (1830), Sant’Andrea
delle Fratte (1842) y Lourdes (1858) –, si bien arrojan luz sobre su época, no
tienen referencias históricas directas.
“El hombre
–afirma Dom Prosper Guéranger (1805-1875) – ha sido llamado por Dios a un
destino sobrenatural, ese es su fin; la historia de la humanidad debe brindar
testimonio de ello” [4]. Fátima nos recuerda que la historia no se debe juzgar
según criterios de naturaleza geopolítica o socioeconómica, sino desde la
perspectiva de Dios, ya que la historia es una criatura, y como tal, está
ordenada a la gloria de Dios.
Por consiguiente, la
revelación de Fátima es una teología de la historia que tiene por objeto el
plan sobrenatural de Dios en la historia de los siglos XX y XXI. “Es –en
palabras del padre Ramiro Sáenz– una intervención divina en una circunstancia
histórica concreta para corregir su rumbo”[5]. “Desde todo punto de vista
–señala Plinio Correa de Oliveira (1908-1995)–, por la naturaleza de su
contenido y por la dignidad de Quien las dio, las revelaciones de Fátima
sobrepasan todo lo que dicho la Povidencia a la humanidad ante los cataclismos
que amenazan en la historia. Por tanto, puede afirmarse rotundamente y sin
temor a contradicción que las apariciones de Nuestra Señora y del Ángel de la
Paz en Fátima constituyen el suceso más importante y emocionante del siglo XX”
[6].
El meollo de la
profecía de Fátima es el mensaje del 13 de julio de 1917. Dicho mensaje se
divide en tres partes, llamadas también secretos, pero las une un mismo hilo
conductor y cada parte está armoniosamente entrelazada con las demás. El
tríptico de Fátima, escribe el padre Alonso «forma una unidad tan compacta
y perfecta que no es posible desligar una parte de otra» [7].
La primera parte del
mensaje consiste en la visión del infierno, que es el castigo para las almas
individuales que mueren impenitentes. En la segunda parte, el castigo se
extiende a los pecados de las naciones. Una nación no sólo peca cuando la
mayoría de sus ciudadanos vulnera la Ley de Dios, sino sobre todo cuando sus
instituciones contradicen públicamente dicha Ley. El castigo de las naciones,
que no tienen vida eterna, es su aniquilación material y espiritual.
La tercera parte del secreto se extiende a la Iglesia. El pecado
de los hombres de la Iglesia, que tienen la misión de guiar a los fieles a la
vida eterna, no se limita a su decadencia moral, sino –en su aspecto más
profundo– a su apostasía de la fe. Cuando el clero deja de predicar la verdad y
condenar los errores abdica de su misión pastoral y peca contra la fe. La
visión del Tercer Secreto nos brinda una imagen simbólica del castigo de la
Iglesia: la ruina de la Civitas
Dei y la persecución de sus pastores y fieles.
Cada una de las partes
de los tres secretos de Fátima está explicada por la precedente y, como declaró
la hermana Lucía en una carta a Juan Pablo II el 12 de mayo de 1982, la
trágica escena del Tercer Secreto se refiere a las palabras de Nuestra
Señora: “Rusia propagará sus errores por todo el mundo” [8]; es decir, a la
segunda parte del Mensaje.
Ahora bien, ¿por qué
desempeña Rusia esta misión tan central, y cuáles son sus errores? Ningún
estudioso de Fátima tiene la menor duda al respecto. El error de Rusia es el
comunismo, que a partir de 1917 empezó a difundirse por el mundo. Los pecados
de las naciones y de la Iglesia consisten más que nada en haber abrazado dicho
error. El castigo va en el propio pecado cometido, según enseña el libro de la
Sabiduría: «per quae peccat quis, per haec et
torquetur» (Sabiduría, XI, 17: “por donde uno peca, por ahí es
atormentado”). El comunismo es el infierno de las naciones, y la propia Iglesia
será la víctima de tan infernal maquinaria.
Rusia propagará sus errores por el mundo
El 26 de octubre de
1917, tres meses después del mensaje del 13 de julio, Vladimir Ilich Lenin
(1870 -1924), se hizo con el poder en Rusia en un golpe de estado. Rusia
se convirtió en la fuente de una ideología diametralmente opuesta al
catolicismo. «La filosofía marxista –proclamó Lenin– es el materialismo
filosófico integral» [9]. El materialismo integral también se define como
materialismo dialéctico. Para el comunismo, todo es materia que evoluciona y se
transforma. El alma del universo es la evolución dialéctica, que niega de raíz
toda estabilidad del Ser. Todas las instituciones permanentes de la sociedad
–la familia, la propiedad privada, el Estado, la Religión– están destinadas a
ser absorbidas en la lucha incesante de sus contrarios [10].
Sin embargo, el
comunismo no es sólo una idea filosófica, sino una organización de los
apóstoles del error, que se proponen transformar la sociedad mediante su acción
revolucionaria. En su segunda tesis sobre Feuerbach, Carlos Marx declara que el
hombre debe encontrar la verdad de sus ideas en la praxis de éstas, y en su
undécima tesis, afirma que la labor de los filósofos no es interpretar el mundo
sino transformarlo [11]. El filósofo es sustituido por el revolucionario, y el
revolucionario debe demostrar el poder y la eficacia de su pensamiento en la
praxis. «Esto quiere decir –como señala el filósofo Augusto del Noce
(1910-1989)– que es imposible tratar el marxismo independientemente de su
puesta en práctica histórica, precisamente porque no puede basar sus criterios
de veracidad en nada que no sea su verificación histórica» [12].
La palabra Rusia, por
tanto, es mucho más que una simple referencia geográfica: se refiere a la secta
ideológica que gobierna el antiguo imperio de los zares desde 1917. Los
revolucionarios –escribe Lenin– son hombres «que no sólo dedican su tiempo
libre a la Revolución, sino su vida entera»[13], «hombres que se
dedican a la acción revolucionaria»[14]. La Revolución Bolchevique, según
el propósito de su autor, no se limita a una nación; es universal y permanente.
En 1919, Lenin fundó en Moscú la Tercera Internacional o Komintern,
organización multinacional de los partidos comunistas. En el congreso celebrado
en Moscú en julio y agosto de 1920 dio a conocer su programa para la futura
Revolución Mundial.
En Rusia y en los
países en que el comunismo ha llegado al poder, el método empleado por la
Revolución ha sido el terror. El 20 de diciembre de 1917, Lenin creó la Checa,
policía secreta encargada de reprimir toda actividad contrarrevolucionaria. Su
sede central, ubicada en la calle Lubianka, se convirtió en símbolo de un
terror político sin precedentes en el mundo. Según el decreto del 5 de
septiembre de 1918, bastaba con preguntar a cualquier persona por sus orígenes,
sus estudios, su profesión o su domicilio. Dependiendo de lo que respondiese,
si resultaba pertenecer a la clase media, su suerte estaba sellada[15]. El
general Alexander Orlov (1895-1973), que desertó de la policía secreta
comunista y se pasó a Occidente, calcula la cantidad de personas fusiladas
entre 1917 y 1923 en más de un millón ochocientas mil[16], sin contar las que
murieron de hambre y de privación. Un año después de la Revolución, en Moscú la
gente iba por la calle en harapos y se desplomaba muerta en la nieve a
consecuencia de la grave desnutrición. Stalin se valió del hambre para
exterminar a poblaciones enteras, como los kulaks.
Comienza la Ostpolitik
Desde el principio,
pocos se dieron cuenta del alcance de esta tragedia. Desgraciadamente, el
consejo supremo de pastores de la Iglesia, Benedicto XV (1914 – 1922) y
Pío XI (1922-1939) tampoco lo entendieron. El historiador Anthony Rhodes
(1916-2004) dice: «Hoy en día puede parecernos extraño que al
principio el Vaticano no viera con suficiente aprensión a los nuevos dirigentes
soviéticos de 1918»[17].
Tanto Benedicto XV como Pío XI basaron su política en el ralliement de
León XIII (1878-1903) con la Tercera República Francesa[18]: que es necesario
aceptar los poderes establecidos[19]. Y el poder en Rusia era Lenin, así como
en tiempos del ralliement de
León XIII el poder lo ejercía en Francia la Masonería. Para León XIII y su
escuela diplomática, la piedad personal, incluso a alto nivel, no se metía en
política, ya que está estaba reservada para la ciencia diplomática, de la cual
la Iglesia era Maestra. Al igual que León XIII, otro historiador de la época,
Philippe Chenaux, escribe: «Benedicto XV y Pío XI creían que podrían
llegar a algún concordato con las autoridades soviéticas»[20].
La erudita italiana
Laura Pettinaroli ha documentado la intensa actividad diplomática de la Santa
Sede para con el bolchevismo a partir de la Conferencia Internacional de Génova
celebrada en abril y mayo de 1922[21]. Los archivos de asuntos eclesiásticos
extraordinarios de la Santa Sede, que he consultado, confirman que en 1923 se
entablaron negociaciones con vistas al posible reconocimiento del gobierno
soviético por parte de la Santa Sede. Los mismos archivos documentan que en
diciembre de 1923 una comisión de cardenales estudió el posible reconocimiento
del gobierno soviético por la Santa Sede[22].
Con todo, los archivos
no sólo contienen una enérgica y profética carta de protesta enviada a Pío XI
durante la conferencia de Génova por el comité nacional de rusos en el exilio,
presidido por el teólogo ortodoxo Anton Vladimirovitch Kartachoff
(1875-1960)[23], sino ante todo una impresionante nota de 1923-1924 enviada por
una fuente bolchevique sobre los planes del Ejército Rojo para expandirse por
Europa y el Próximo Oriente[24].
El misterio se
complica cuando se descubre que entre 1922 y 1933, en el lapso de poco más de
diez años, Pío XI cifró una confianza incondicional en un personaje ambiguo, el
P. Michael d’Herbigny (1850-1957)[25], de la Compañía de Jesús, al que confió
el cargo de deán en el Pontificio Instituto Oriental.
El P. D’Herbigny,
llevó a cabo varias misiones en Rusia de parte de la Santa Sede entre 1925 y
1926. En un folleto publicado en Francia expuso sus impresiones del primer
viaje, realizado en 1925. Según el religioso francés, las iglesias de Moscú
estaban abiertas, se proclamaba abiertamente la libertad religiosa, el clero
ortodoxo usaba abiertamente vestiduras eclesiásticas y no había señales de
violencia, aunque la propaganda científica contra la religión fuera en
aumento[26]. En el segundo viaje pasó por Berlín, donde fue consagrado obispo
en secreto por monseñor Eugenio Pacelli en la capilla de la residencia del
Nuncio. Por su parte, monseñor D’Herbigny consagró a tres obispos clandestinos.
La actividad de
D’Herbigny tenía un doble propósito: intentar llegar a un acuerdo con los
soviéticos, y la creación de una jerarquía clandestina en Rusia. a su regreso a
Roma en agosto de 1926, Pío XI le encomendó la dirección de una comisión
pontificia pro Rusia, que absorbió las competencias de la Congregación
Oriental. En 1929 se fundó el Pontificium Collegium Russicum. Ya parecía que
monseñor D’Herbigny estaba a punto de recibir el capelo cardenalicio, cuando su
trayectoria eclesiástica sufrió un repentino y misterioso colapso. Parece que
su caída se debió a cuestiones de índole política relacionadas con actividades
de espionaje de su secretario en favor de la Unión Soviética (Alessandro
Deubner 1899-1946). De hecho fue destituido de todos sus cargos, y en 1937 se le
despojó de su título de obispo y fue desterrado a Francia. Todos los obispos
ordenados en secreto por monseñor D’Herbigny fueron posteriormente
encarcelados, exiliados o ejecutados. Aunque su proyecto era quimérico, durante
diez años encarnó la política de la Santa Sede.
Nuevas revelaciones de la Hermana Lucía
La vida de la hermana
Lucía (1907-2005), única superviviente de los videntes de Fátima tras la muerte
de Francisco (1919) y Jacinta (1920), presenció cómo se sucedían estos
acontecimientos. En octubre de 1925, Lucía ingresó como postulante en
el instituto de las hermanas Doroteas, adoptando el nombre de María de los
Dolores. Pasó 27 años en dicho instituto, primero en el monasterio de
Pontevedra y más tarde en el de Tuy. El 25 de marzo de 1948, abandonó esta
orden religiosa para ingresar en el Carmelo de Coimbra, donde pasó los
restantes 57 años de su vida.
A lo largo de los doce
años que siguieron a las apariciones del 13 de julio de de 1917, Lucía recibió
dos revelaciones importantes. La primera en Pontevedra en 1925; la segunda, en
Tuy el 13 de junio de 1929.
En el mensaje del 13
de julio de 1917, Nuestra Señora le dijo: «Vendré para pedir
la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora
de los primeros sábados» [27]. El 10 de diciembre de 1925, Lucía se
encontraba en su celda pontevedresa cuando se le apareció la Bienaventurada
Virgen María, prometiendo asistencia en la hora de la muerte y todas las
gracias necesarias para la salvación a todos los que el primer sábado de cinco
meses consecutivos confesaran, recibieran la Sagrada Comunión, recitaran cinco
misterios del Rosario y le hicieran compañía durante quince minutos meditando
en los quince misterios del rosario, con la intención de hacer reparación para
Ella [28].
El 13 de junio de 1929, Lucía, para entonces ya en el convento
de Tuy, recibió una nueva revelación de Nuestra Señora, que le dijo: «Ha llegado
el momento en el que Dios pide al Santo Padre que, en unión con todos los
obispos del mundo, consagre Rusia a Inmaculado Corazón, prometiendo salvarlo
por ese medio» [29].
El 29 de mayo de 1930,
la hermana Lucía transmitió la petición a su director espiritual [30], el P.
José Bernardo Gonçalves (1894-1967), el cual le pidió que respondiera a unas
preguntas relacionadas con la comunicación celestial que había recibido.
En sus respuestas al cuestionario, la monja confirmó: «Nuestro buen Señor
prometió “terminar la persecución en Rusia” si el Santo Padre en persona
hacía un solemne acto de reparación y consagración de Rusia y “aprobaba y
recomendaba” la devoción de los cinco primeros sábados de mes»[31]. Las
peticiones de Pontevedra y de Tuy están estrechamente ligadas y apuntan a un
mismo fin: la conversión de Rusia y el triunfo del Inmaculado Corazón de María.
El 13 de junio, el P. Goncalves envió la carta al obispo de
Leiria, monseñor José Alves Correia da Silva (1872-1957), que a su vez la
expidió a Pío XI. El 13 de abril de 1930, monseñor Da Silva aprobó el informe
de la comisión canónica diocesana que declaraba la naturaleza sobrenatural de
los sucesos [32], y el 13 de octubre del mismo año, en su carta pastoral A Divina Providência,
reconoció oficialmente el culto de devoción a la Virgen de Fátima[33].
En ese momento, Stalin
se encontraba en el ápice de su poder. La Cristiada mexicana había alcanzado su
culmen y su conclusión. En España, 1931 vio la proclamación de una república
atea y masónica que abrió las puertas a la anarquía y el comunismo. Pero
Nuestra Señora había encomendado el eficaz remedio contra el comunismo a los
hombres de la Iglesia. Se había pedido al Papa que hiciera y mandara hacer la
consagración de Rusia y promoviera la devoción al Inmaculado corazón de María.
Se llamó a todos los fieles a responder al pedido de Fátima, pero sin el Papa
no se podía hacer nada. Y en ese momento el Papa era Pío XI, que estaba
convencido de que podría doblegar las dictaduras llegando a acuerdos con ellas.
Anthony Rhodes concluye su libro The Age of Dictators afirmando:
«No obstante, es indudable que el Vaticano cometió errores
en la época de los dictadores. La idea que tenía Pío XI de que una serie de
concordatos con ellos contribuiría más a la actividad apostólica de la Iglesia
que partidos católicos, era, por lo que se ve, errónea» [34].
El 29 de agosto de
1931, la hermana Lucía transmitió un terrible mensaje de Nuestro Señor al
obispo de Leiria. Había recibido una comunicación íntima que decía: «No
quisieron prestar atención a mi solicitud. Como el Rey de Francia, también
se arrepentirán y lo harán, pero ya será tarde. Rusia ya habrá propagado sus
errores por todo el mundo, causando guerras y persecuciones a la Iglesia. ¡El
Santo Padre sufrirá mucho!» [35]
La alusión es a Luis
XIV, que en 1689 no accedió al pedido que le había transmitido Santa Margarita
María Alacoque de entronizar solemne y públicamente al Sagrado Corazón y
consagrar su reino a dicho Corazón. La solicitud sería obedecida, pero
demasiado tarde, el 15 de junio de 1792 por Luis XVI, en la cárcel del Temple
[36]. El P. Alonso subraya la estrecha semejanza entre las dos grandes promesas
incumplidas: la de Paray-le-Monial y la de Fátima[37].
Durante el reinado de
Pío XI no hubo consagración de Rusia, y tampoco se aprobó ni fomentó la
devoción de los cinco primeros sábados. La Santa Sede era plenamente consciente
de que Rusia estaba difundiendo sus errores por el mundo. En los archivos de la
Congregación para Asuntos Extraordinarios se guarda un informe enviado el 14 de
abril de 1932 por el Secretario de Estado Eugenio Pacelli a los nuncios y
delegados apostólicos de 48 países sobre la difusión mundial de la propaganda
comunista[38].
Sin embargo, durante
esos mismos años el comunismo se alzó con ferocidad anticatólica en España. La
mayoría de los mártires del Siglo XX que han sido beatificados son de los seis
primeros meses de la Guerra Civil Española, entre julio de 1936 y enero de
1937[39].
La guerra de España le abrió los ojos al Papa. el 19 de marzo de
1937 publicó la encíclica Divini
Redemptoris, primer análisis claro de la doctrina del comunismo, en
la que lo calificaba de «intrínsecamente perverso» [40].
Pero el remedio
prescrito por Nuestra Señora para frenar el castigo divino no se había aplicado
en la década transcurrida entre 1929 y 1939. Pío XI falleció el 10 de febrero
de 1939 sin haber accedido a las peticiones de Nuestra Señora de Fátima. El 2
de marzo, su secretario de estado, cardenal Cardinal Eugenio Pacelli, fue
elegido papa con el nombre de Pío XII (1939-1958). Había sido creado obispo en
Roma el 13 de mayo de 1917, exactamente en el mismo día y a la misma hora que
tuvo lugar la teofanía de Fátima.
Cuando estalló la
Segunda Guerra Mundial, precedida por la señal celestial anunciada previamente
en Fátima, Lucía lo vio como una trágica consecuencia, porque la jerarquía
eclesiástica no había cumplido lo pedido por Nuestra Señora.
Les había faltado un
acto de plena confianza en la promesa de Nuestra Señora. «Con
ese acto– escribe la vidente al P. Goncalves el 21 de enero de 1940 –se
habría aplacado la justicia divina y se habría perdonado al mundo librándolo
del azote de la guerra que está promoviendo Rusia desde España a otras
naciones» [41]. Rusia, en palabras de la Hermana Lucía, promueve ambas
guerras, la recién terminada en España y la europea que todavía no ha
terminado.
El 2 de diciembre de
1940, con autorización de su director espiritual, que hizo correcciones a la
carta, la hermana Lucía escribió a Pío XII. La carta es histórica, no sólo por
ser la primera que la vidente de Fátima escribía directamente al Romano
Pontífice, sino porque resume de forma exhaustiva la historia de las
apariciones. La hermana Lucía recuerda las dos peticiones explícitas recibidas
tras el mensaje del 13 de julio de 1917: la primera, en 1925, relativa a la
devoción a los cinco primeros sábados de mes, y la segunda en 1929, sobre la
consagración de Rusia, y añade: «En varias comunicaciones íntimas, Nuestro
Señor no ha dejado de insistir en este mandato suyo» [42].
El 31 de octubre de
1942, vigesimoquinto aniversario de las apariciones, Pío XII consagró la
Iglesia y la humanidad al Inmaculado Corazón de María. Sabemos por la hermana
Lucía que esté acto sirvió para abreviar la guerra, pero no obtuvo la
conversión de Rusia, porque fue incompleto: faltó, precisamente, la mención
explícita de dicho país[43].
El 4 de mayo de 1944,
Pío XII instituyo la fiesta del Inmaculado Corazón de María, que se celebra el
22 de agosto, y el 13 de mayo de 1946 coronó la imagen de la Virgen por
intermedio de su legado el cardenal Benedetto Aloisi Masella. El 13 de
octubre de 1951, el Sumo Pontífice clausuró el Año Santo enviando al
cardenal Federico Tedeschini a Fátima como legado papal. En su alocución, el
cardenal reveló que en la víspera de la definición del dogma de la Asunción, el
30 de octubre de 1950, Pío XII había observado en los jardines vaticanos
la misma danza del sol que presenciaron 70.000 peregrinos en Fátima el 13 de
octubre de 1917. El milagro se repitió ante los ojos del Papa el 31 de octubre
y el 8 de noviembre del mismo año.
El 7 de julio de 1952, fiesta de los santos Cirilo y Metodio,
apóstoles de los pueblos eslavos, Pío XII consagró en su carta apostólica Sacro Vergente Anno a
todos los pueblos de Rusia al Inmaculado corazón de María. Una vez más, según
la hermana Lucía, la consagración fue incompleta, porque aunque se nombrara a Rusia,
faltó la unión solemne con los prelados católicos de todo el mundo.
A raíz de la
Conferencia de Yalta en 1945, el comunismo había extendido su dominio a Europa
Oriental. Grandes figuras entre el obispado católico, como el arzobispo de
Leopoli (Ucrani) Josef Slipyi (1803-1984), el arzobispo de Zagreb
Alòjzije Stepìnac (1898-1960) y el primado de Hungría Josef Mindszenty
(1892-1975), dieron testimonio de la fe católica contra el comunismo en
aquellos años.
En 1949, Mao Tse Tung proclamó la República Popular de China,
inaugurando una época de terror en el país asiático. El 18 de enero
de 1952, en su carta apostólica Cupimus
imprimis[44], Pío
XII no vaciló en comparar la situación de los católicos y de toda la
población de la China comunista con la de los cristianos de las primeras
persecuciones romanas. La condena del comunismo por parte de la Santa Sede fue
inflexible en aquellos años, sancionada por el decreto de excomunión del Santo
Oficio del 1º de julio de 1949[45].
Faltaba poco para
1960, cuando tenía que haberse divulgado el Tercer Secreto. En 1958, la hermana
Lucía escribió a Pío XII explicando por qué debía dar a conocer la carta ese
año. “En 1960, el comunismo alcanzará su cenit, que puede reducirse en duración
e intensidad, y al que debe seguir el triunfo del Inmaculado Corazón de María y
el Reinado de Cristo»[46].
Pero el 9 de octubre
de 1958 falleció el papa Pacelli. Le sucedió Juan XXIII, que el 25 de enero del
año siguiente anunció la convocatoria de un concilio que sería de
carácter pastoral. En el mismo mes de enero, la revolución comunista se
adueñó de Cuba, que se convirtió en el centro difusor del comunismo en
Hispanoamérica. El comunismo expresó con arrogancia su programa imperialista
golpeando un zapato sobre una mesa, como hizo Nikita Kruschev, flamante
presidente de la Unión Soviética, ante las Naciones Unidas. Era el 13 de
octubre de 1960. El 13 de agosto de 1961, otra vez la fatídica fecha
del 13, el gobierno comunista de Alemania del Este erigió el muro de Berlín. En
octubre de 1962, el mundo se encontró al borde de la guerra nuclear por la
crisis surgida a raíz de la instalación de los misiles soviéticos en Cuba.
El 17 de agosto de
1959, Juan XXIII abrió el sobre sellado que contenía el Tercer Secreto de
Fátima. Tras leerlo, se limitó a dictar una nota a su secretario, monseñor
Loris Capovilla, declarando que «el Papa había examinado el contenido del
sobre y lo había pasado a otro – ¿su sucesor?– encomendándole la misión de
hacer una declaración» [47].
En los vota de
los obispos congregados en Roma para la etapa antepreparatoria del
Concilio, el comunismo aparecía como el error más grave a condenar [48]. El
Concilio Vaticano Segundo habría sido una oportunidad ideal para dar a conocer
el Tercer Secreto, condenando solemnemente el comunismo, consagrando a Rusia al
Inmaculado Corazón de María y promoviendo públicamente la devoción de los Cinco
Primeros Sábados de mes. Nada de esto se hizo.
Jean Madiran, en el número de febrero de 1963 de la
revista Itinéraires, dio a
conocer la existencia de un acuerdo secreto, sellado, llevado a cabo en
agosto de 1962 en la pequeña localidad francesa de Metz[49] entre el
cardenal Tisserant, un representante del Vaticano y el arzobispo ortodoxo
ruso Nikodim (1929-1978)[50]. Con arreglo a dicho acuerdo, el Patriarca de
Moscú, que tenía estrechos lazos con el Kremlin, había aceptado la
invitación de Juan XXIII de enviar representantes al Concilio,
mientras que el Papa garantizaba que el Concilio evitaría condenar el
comunismo. En mi libro Il
Concilio Vaticano Secondo, una storia mai scritta[51], doy
pruebas más detalladas de este acuerdo.
El 3 de febrero de
1964, el obispo de Leiria entregó a Pablo VI una petición firmada por más de
setecientos prelados que urgía la consagración de Rusia y el mundo al Inmaculado
Corazón. En 1964, durante el Concilio, 319 arzobispos y obispos de 78 países
firmaron una petición al Papa para que, en unión con los padres del Concilio,
consagrase el mundo entero, y de manera especial a Rusia, así como a los otros
países dominados por el comunismo, al Inmaculado Corazón de María. Sin embargo,
los padres conciliares no accedieron a la solicitud.
La abstención de la condena al comunismo por el Concilio
Vaticano Segundo se puede achacar, aparte de a los acuerdos diplomáticos, al
nuevo rumbo pastoral adoptado tras la muerte de Pío XII. En esta época surgió
una especie de deshielo entre la Iglesia y el comunismo. Había nacido la Ostpolitik –política
de apertura del Vaticano a los países del Este, representada por el entonces
monseñor Agostino Casaroli (1914-1998) [52].
La Ostpolitik recogió
la antorcha del ralliement de León
XIII y de los concordatos políticos de Pío XI, pero añadió algo más. Tanto
León XIII como Pío XI, aunque a nivel político buscaran un modus vivendi con
los enemigos de la Iglesia, habían condenado firmemente los principios
filosóficos del mundo moderno. La Ostpolitik atribuía
un valor positivo a la modernidad, cuya máxima expresión parecía ser el
comunismo. El comunismo no debía ser objeto de condena; lo que había que hacer
era purificarlo de su ateísmo y reconciliarlo con la cristiandad.
Desde esta
perspectiva, la consagración de Rusia era impensable. Desde los años cincuenta,
el teólogo Dhanis (1902-1978), de la Compañía de Jesús, había procurado
relativizar el mensaje de Fátima, reduciéndolo a una recomendación de rezar y
hacer penitencia[53]. En 1963, Pablo VI, nombró al teólogo jesuita rector de la
Universidad Gregoriana, y en 1967 secretario especial del primer sínodo de
obispos.
El 27 de marzo de
1965, Pablo VI leyó el Tercer Secreto y, como su predecesor, envió el sobre de
vuelta a los archivos del Santo Oficio, después de decidir que no lo daría a
conocer[54]. El 13 de mayo del mismo año, envió la Rosa de Oro a
Fátima en señal de veneración. Dos años más tarde, el 13 de mayo de 1967,
Pablo VI visitó Fátima como peregrino. Era el primer pontífice que visitaba
este santuario mariano. Durante la solemne Misa pontifical, la hermana Lucía
recibió la Sagrada Comunión de manos de él, pero cuando al final de la Misa preguntó
si podía encontrarse con él en privado, el Pontífice le respondió con un no
categórico.
La presencia de Pablo VI en Fátima podría haber sido una ocasión
histórica de revelar el Tercer Secreto y comenzar a cumplir las peticiones de
Nuestra Señora, pero no se hizo nada de eso. El 30 de enero de 1967, el
Papa recibió en el Vaticano al presidente soviético Nikolai Podgorni
(1903-1977). La Ostpolitik alcanzó
su punto culminante en los años setenta, generando una viva oposición entre los
católicos de ambos lados del Telón de Acero.
En su libro Le
passé d’une illusion, el historiador francés François Furet
(1924-2006) esbozó una historia de la atracción y el éxito de la idea
comunista, cuya difusión en el mundo ha superado con mucho al poder comunista.
Es más, afirma que «ha sobrevivido por más tiempo en las mentes que
en la realidad. Y por mucho más tiempo en el occidente que en el este
europeo»[55].
Los errores comunistas se han difundido por el mundo gracias a
una propaganda científicamente organizada. El llamado dossier Mitrojin[56]
documentó lo que siempre había sido un secreto a voces: que la Unión Soviética,
por medio del KGB, llevaba a cabo una sistemática labor de desinformación
valiéndose de los servicios mercenarios de políticos, periodistas y hasta clérigos. En
su biografía de Juan Pablo II, George Weigel se basó en documentos de los
archivos del KGB, de la Służba
Bezpieczeństwa polaca (SB) y de la Stasi germanooriental que
confirman que los gobiernos comunistas y los servicios secretos de los países
del Este se habían infiltrado en el Vaticano hasta el punto de promover sus
intereses e instalarse en los puestos más altos de la jerarquía católica [57].
La elección de Juan Pablo II (1978-2005) se mostró como un
momento decisivo. El papa Woytjla fue, lo mismo que Pío XII, uno de los
más ligados a Fátima. Después de ser gravemente herido el 13 de mayo de 1981 en
la Plaza de San Pedro, atribuyó su supervivencia a la milagrosa intervención de
Nuestra Señora de Fátima y se sintió motivado a estudiar más a fondo el
mensaje. Y así, mientras se recuperaba en el Policlínico de Roma, pidió a
su amiga polaca Wanda Poltawska que le leyese los Documentos de Fátima,
que le había conseguido monseñor Pavel Hnilica (1931-2006). Más tarde, el 13 de
mayo de 1982, acudió en peregrinaje al santuario de Fátima, donde confió y
consagró a Nuestra Señora a «aquellos hombres y aquellas naciones que de
esta entrega y esta consagración particularmente tienen necesidad», sin
mención explícita de Rusia. En aquella ocasión se reunió con la hermana Lucía,
que le habló de la necesidad de consagrar a Rusia en unión con todos los
obispos del mundo. «Hay muchas dificultades –repuso el Pontífice–, pero
haremos cuanto esté en nuestras manos» [58].
El 25 de marzo de
1984, en la Plaza de San Pedro y ante la imagen de la Virgen que había sido
llevada expresamente desde Portugal, Juan Pablo II consagró al mundo al
Inmaculado Corazón de María. El Papa había escrito a los obispos de todo el
orbe pidiéndoles que se unieran a él, pero pocos hicieron caso de su
convocatoria. Ni siquiera en esta ocasión se mencionó expresamente a
Rusia. Todo se limitó a una alusión a los pueblos que Ella pedía que se
encomendaran y consagraran. Poco después de la ceremonia de consagración, el
Sumo Pontífice explicó al obispo Paul Josef Cordes, vicepresidente del
Pontificio Consejo para los Laicos, que no había mencionado a Rusia por temor a
que los dirigentes soviéticos interpretasen sus palabras como una
provocación[59].
La hermana Lucía, al
menos hasta 1989, afirmaba que no estaba contenta con esta consagración, pero
después cambió de parecer y dijo que consideraba válido el acto de Juan
Pablo[60]. Cuesta entender, sin embargo, por qué esta consagración fue válida y
no lo fue la de Pío XII, igual de incompleta. Juan Pablo II fue el primer papa
que se entrevistó con la hermana Lucía, y cabe suponer que tal vez él la
convenciera de que la profecía de Fátima se habría cumplido durante su
pontificado. La Perestroika de Gorbachov (1985-89) y la espectacular
autodisolución del régimen soviético (1991) sin insurrecciones ni revueltas
parecía confirmar esta interpretación.
En realidad, lo que se había disuelto no era el núcleo de los
errores comunistas, sino la aplicación de éstos que había tenido lugar a lo
largo de setenta años en la Unión Soviética y sus países satélites. En su
alocución al XVIII Congreso del Partido Comunista Italiano del
30 de marzo de 1989, Gorbachov declaró:
«El sentido profundo de la Perestroika estaba
en el renacimiento de los valores originales de la Revolución de Octubre».
Dichos valores jamás han sido oficialmente condenados oficialmente como
criminales en Rusia, ni siquiera después de la caída del régimen soviético[61].
Juan Pablo II
encomendó a la Congregación para la Doctrina de la Fe la misión de dar a conocer
el Tercer Secreto, con un «comentario teológico» del cardenal
Ratzinger. El secreto se publicó el 26 de junio de 2000, y
suscitó vivas controversias [62]. El 8 de octubre del mismo año, Juan Pablo
celebró un tercer acto de consagración de la Iglesia y la humanidad a la
Virgen.
Benedicto XVI (2005-2013), que sucedió a Juan Pablo II en 2005,
estuvo en Fátima entre el 11 y el 14 de mayo de 2010. El 12 de mayo,
arrodillado ante la imagen de Nuestra Señora en la Capilla de las apariciones,
le dirigió una plegaria de consagración, pidiéndole la liberación
de «todos los peligros que se ciernen sobre nosotros», sin más alusiones.
No obstante, en su Comentario
teológico al Mensaje de Fátima el cardenal Ratzinger había
hecho unas declaraciones similares a las del cardenal Sodano, en el sentido de
que «los acontecimientos a los que se refiere la tercera parte
del secreto de
Fátima parecen pertenecer ya al pasado» [63], mientras que el 12 de mayo
de 2010, en su visita al santuario de Fátima, declaró: «Nos equivocaríamos
si afirmáramos que la misión profética de Fátima ha concluido»[64].
El papa Francisco ha demostrado indiferencia hacia Fátima, y
tiene una actitud escéptica hacia las apariciones en general. En su acto
mariano del 13 de octubre de 2013, no utilizó la palabra consagración ni
mencionó al Inmaculado Corazón, el mundo, la Iglesia, y menos aún, Rusia. El 13
de mayo de 2017, Francisco realizó una breve visita al santuario de
Fátima, y una vez más, hizo caso omiso de las peticiones de Nuestra Señora.
Entre 1917 y 2017,
nueve papas han reconocido a Fátima. Todos ellos, a partir de Benedicto XV,
aprobaron el culto. Seis de ellos visitaron el santuario siendo pontífices o
cardenales. Algunos, como Pío XII y Juan Pablo II, manifestaron gran devoción a
las apariciones de 1917. Eso sí, ninguno de ellos hizo caso de las insistentes
peticiones de Nuestra Señora.
La sangrienta factura pagada por el mundo a la ideología
marxista se ha hecho efectiva a lo largo de un siglo aterrador. La publicación
en Francia a finales de 1997 del Libro
negro del comunismo apenas si reveló una parte de la mayor
masacre de la historia[65]. Hablamos de doscientos millares de de muertos,
repartidos entre la Revolución de Octubre, las posteriores guerras civiles de
Rusia, México y España, la dictadura estalinista, la Revolución China, la
Camboya de Pol Pot, la Cuba de Fidel Castro, y Corea del Norte. A estas cifras
hay que añadir los cuarenta y nueve millones de muertos de la Segunda guerra
Mundial y la innumerable cantidad de víctimas causadas por la legalización del
aborto, también ligada a la ideología relativista surgida del comunismo. De
hecho, Rusia fue el primer país en legalizar oficialmente el aborto, autorizado
por sus dirigentes comunistas (1920).
Ahora bien, antes de ser un crimen, el comunismo es un error
ideológico que ha empapado la mentalidad y las costumbres a todos los niveles
de la sociedad. El ambiente de relativismo y secularización del que está
impregnado actualmente Occidente se ajusta perfectamente a los planes de hegemonía cultural esbozados
por el fundador del Partido Comunista Italiano Antonio Gramsci (1891-1937).
En la Rusia actual
Stalin sigue siendo honrado como uno de los padres de la patria. El cuerpo
embalsamado de Lenin todavía es objeto de veneración en el corazón de la Plaza
Roja moscovita. El presidente de la Federación Rusa Vladimir Putin se ha
opuesto a la retirada del mausoleo de Lenin, para no tener que reconocer que
generaciones de ciudadanos se adhirieron a una ideología perversa a lo largo
de 70 años de régimen soviético.
China es una república
popular en la que el poder sigue en las manos exclusivas del Partido Comunista
que la gobierna desde 1949. El mayor peligro para la paz del mundo es el último
heredero de la primera dinastía comunista de la historia –Kim–, que desde
hace más de 70 años gobierna Corea del Norte mediante una represión brutal. El
propio islam ha adoptado las enseñanzas de Lenin y Gramsci en sus dos versiones
estratégicas de conquista: la yihad blanda y la dura.
Lo que ha dejado
existir no es el comunismo, sino el anticomunismo, cuya alma debería ser la
Iglesia Católica. Los errores del comunismo se oponen diametralmente a la
verdad católica custodiada por la Iglesia, que tiene su tribuna universal en la
cátedra de San Pedro. Pero esa cátedra está ocupada desde 2013 por un papa
que cree que los comunistas piensan como los cristianos, y que por tanto los
cristianos deberían pensar como los comunistas [66]. El grueso de los medios de
difusión del mundo entero calificado al papa Francisco de vez en cuanto de
marxista, socialista y jefe de la izquierda internacional [67].
Incluso muchos opositores del papa Francisco no ven al
mayor enemigo de la Iglesia en los errores propagados por Rusia desde 1917,
sino en los Estados Unidos, y aclaman a Putin como a un nuevo Constantino, del
mismo modo que Gorbachov fue aclamado el 1º de diciembre de 1989 en el
Vaticano, cuando, según diarios como el Corriere
della Sera su visita dejaba entrever «la posibilidad de
un nuevo Constantino, no pagano, sino jefe de un estado comunista y ateo
que contribuiría de forma positiva a una novedosa actitud ecuménica entre las
dos grandes almas de la Cristiandad»[68].
El tercer Secreto
Estas consideraciones
nos llevan a unas reflexiones finales.
El Tercer Secreto
publicado en el año 2000 consiste en la visión de un castigo que afecta a toda
la humanidad, pero en primer lugar al Papa, los obispos, los sacerdotes y los
religiosos.
Ese castigo se
manifiesta por medio de persecución. Pero hoy en día sabemos que el escenario
del Tercer Secreto no es esta trágica imagen final. Hay otra escena dramática
que no forma parte del mismo mensaje pero se encuentra entre las revelaciones
recibidas por la Hermana Lucía.
En su biografía,
redactada por el Carmelo de Coimbra a partir de documentos desconocidos hasta
entonces y conservados en sus archivos, se narra una visión que tuvo Lucía en
la capilla del convento de Tuy estando ante el tabernáculo el 3 de enero
de 1944. Después de exhortarla a escribir el texto del Tercer Secreto,
Nuestra Señor le hizo ver una escena que Lucía describe con las siguientes
palabras:
«Sentí el espíritu inundado por un misterio de luz que es Dios,
y en Él vi y oí la punta de la lanza como llama que se separa, toca el eje de
la Tierra y la hace temblar: montañas, ciudades, países y aldeas son sepultados
junto con sus habitantes. El mar, los ríos y las nubes se salen de sus límites.
Se desbordan, inundan y arrastran consigo en un torbellino casas y personas
incontables. El mundo se purifica así del pecado en el que está inmerso. El
odio y la ambición provocan la guerra destructiva. Después sentí que el corazón
me latía a toda velocidad, y una suave voz dijo: “Con el tiempo una sola fe, un
solo bautismo, una sola Iglesia santa, católica y apostólica. ¡En la eternidad,
el Cielo!” Esta palabra, Cielo, me
llenó el corazón de paz y felicidad, de tal modo que, casi sin darme cuenta,
seguí repitiendo durante mucho rato: “¡¡El Cielo, el Cielo!!”[69].
Esta visión parece
representar una situación posterior a la del Tercer Secreto. El Tercer Secreto
nos muestra una terrible persecución contra la Iglesia, pero la llama que brota
de la espada que empuña el ángel se extingue cuando entra en contacto con la
luz que irradia la mano diestra de Nuestra Señora. Pero en este caso, la punta
del arma del ángel es una llama que se alarga hasta tocar el eje de la Tierra.
Nuestra Señora no ha podido evitar el castigo supremo porque la humanidad ha
rechazado su exhortación a la penitencia, pero también porque los pastores de
la Iglesia no han cumplido lo que les mandó el Cielo.
La felicidad
verdadera, total e infinita sólo se puede gozar en el Cielo. Ahora bien, el
Cielo existe incluso aquí en la Tierra: en la Iglesia Católica, que, al igual
que su Fundador, es el [único] Camino,
la [única] Verdad y la [única] Vida. «En la
eternidad, en el Cielo», dice Nuestra Señora, pero con el
tiempo: «una sola fe, un solo bautismo, una sola Iglesia
Santa, Católica y apostólica».
Las razones que
impidieron la Consagración de Rusia no sólo tienen su origen en que no
quisieron meterse en la política de otro país. La vacilación de los últimos
papas para consagrar de modo explícito a Rusia hunde sus raíces también en el
temor a perjudicar el reencuentro ecuménico entre cristianos del Este y de
Occidente.
El profesor José
Barreto señala: El episcopado ruso poscomunista, acusado de proselitismo,
sostiene que el mensaje de Fátima sobre la conversión de Rusia no significa que
esta deba convertirse en un país de religión católica romana» [70].
Sin embargo, las
palabras de la Bienaventurada Virgen María condenan toda reunificación falsa
entre la iglesia oriental y la latina. La conversión de Rusia pedida por
Nuestra Señora es algo más que una mera conversión política o moral en un
sentido genérico; es una conversión religiosa. Esto no sólo significa el
derrumbamiento total de la ideología comunista en Rusia y en el mundo, sino el
final del secular cisma en que está inmersa Rusia. Una nación se convierte
cuando sus leyes e instituciones profesan la religión verdadera. Rusia se convertirá
cuando vuelva al seno de la única Iglesia verdadera: la que es una, santa,
católica, apostólica y romana.
El triunfo del Corazón
Inmaculado, que es también el Reinado de María anunciado por muchos santos y
almas escogidas, no es otra cosa que el triunfo de la Iglesia y del orden
natural cristiano bajo el amparo de María. Hoy en día ese orden está
conculcado, negado y trastornado. Y es precisamente ese orden el que queremos
respetar, afirmar y restablecer.
Roberto de Mattei
[1] Fr. Joaquín Alonso, Doctrina y
espiridualidad del mensaje de Fatima, Arias Montano Editores, Madrid 1990,
pp. 167-202.
[2] Fr. Serafino M. Lanzetta, Fatima.
Un appello al cuore della Chiesa, Teologia della storia e spiritalità oblativa,
Casa Mariana Editrice, Frigento 2017. Cfr. alsoPadre
Stefano Maria Manelli, Fatima tra passato, presente e futuro, in
“Immaculata Mediatrix, 3 (2007), pp. 299-341.
[3] Guido Vignelli, Fatima e il
trionfo del Regno di Maria: significato e portata di una profezia incompresa,
Conference held at the Fondazione Lepanto, July 4, 2017.
[4] Dom Prosper Guéranger, Il senso cristiano
della storia, Società Editrice Il Falco, Milan 1982, p. 9.
[5] Fr. Ramiro Saenz, Fatima.
Geografia, Historia, Teologia y Profecia, Gladius, Buenos Aires 2017, p.
56.
[6] Plinio Correa de Oliveira, Prefazione
a Antonio Augusto Borelli Machado, Fatima:
Messaggio di tragedia o di speranza? Con la terza parte del segreto, it.
tr. Luci sull’Est, Rome 2000, p. 6.
[9] Vladimir Ilic Lenin, Tre fonti e
tre parti integranti del marxismo, in Opere scelte,
Editori Riuniti-Progress, Rome s.d., vol. I, pp. 42-44.
[10] Fr. Gustave Wetter, Storia della
teoria marxista (private use), Pontifical Gregorian University, Rome
1972.
[11] Karl Marx, Tesi su
Feuerbach, it. tr. in Feuerbach-Marx-Engels,Materialismo
dialettico e materialismo storico, edited by Cornelio Fabro, La Scuola, Brescia 1962, pp. 81-86.
[13] V.
I. Lenin, I
compiti urgenti del nostro movimento, in Opere, vol. IV,
Editori Riuniti, Rome 1957, p. 406.
[17] Anthony Rhodes, The Vatican in the Age of the Dictators
1922-1945, Hodder and Stoughton, London 1973, p. 131 (pp. 131-140).
[18] Cfr. Roberto de Mattei, Il ralliement
di Leone XIII. Il fallimento di un progetto pastorale, Le
Lettere, Florence 2015.
[19] Frère Michel de la Sainte Trinité, Toute
la Vérité sur Fatima, Editions Contre-Réforme Catholique, Saint
Parres-les-Vaudes 1984-1985, vol. II, pp. 361-362.
[20] Philippe Chenaux, L’ultima
eresia. La Chiesa cattolica e il comunismo in Europa da Lenin a Giovanni Paolo
II (1917-1989), it. tr. Carocci, Rome 2011, p. 27.
[21] Laura Pettinaroli, La politique
russe du Saint-Siège (1905-1939), Ecole française de Rome, Rome 2015.
[26] Michel d’Herbigny s.j., L’aspect
religieux de Moscou en octobre 1925, Pontificium Institutum Orientalium
Studiorum, Rome 1925.
[28] Fatima in Lucia’s own words. Sister Lucia’s
Memoirs, ed. by
Fr Louis KondorSVD,
Postulation Center, Fatima 1976, p. 192.
[32] Documentazione
critica su Fatima. Selezione di documenti (1917-1930),Pontificia Academia
Mariana Internationalis, Vatican City 2016, pp. 451-529.
[38] AA.EE.
SS, Circa la propaganda comunista nel mondo, in Stati
Ecclesiastici, Pos. 473-474, fasc. 475, ff. 23-29.
[39] Vicente Cárcel Orti, Buio sull’altare. 1931-1939: la persecuzione della
Chiesa in Spagna, Città Nuova, Rome
1999; Mario Arturo
Jannaccone, La repressione della Chiesa in Spagna fra Seconda
Repubblica e Guerra Civile (1931-1939), Lindau,
Turin 2015.
[40] Pius XI, Encyclical Divini Redemptoris of
March 19, 1937, in Acta Apostolicae Sedis, 29 (1937), p. 96 (pp.
65-106.)
[44] Pius XII, Apostolic Letter Cupimus imprimis of
January18, 1952, in AAS, 44 (1952), pp. 153-158.
[47] Giovanni
XXIII nel ricordo del Segretario Loris F. Capovilla, Edizioni San Paolo,
Rome 1995, p. 115.
[48] Cfr.
Vincenzo Carbone, Schemi e discussioni sull’ateismo e sul
marxismo nel Concilio Vaticano II. Documentazione, in “Rivista
di Storia della Chiesa in Italia”, vol. XLIV (1990), pp. 11-12.
[50] È
stato documentato che Boris Georgievic Rotov fu un funzionario del KGB (cfr.Gerhard
Besier-Armin Boyens-Gerhard
Lindemann, Nationaler Protestantismus und Ökumenische Bewegung.
Kirchliches Handeln im kalten Krieg (1945-1990), Duncker und Humblot,
Berlin 1999).
[51] Roberto de Mattei, Il Concilio
Vaticano II. Una storia mai scritta, Lindau, Turin 2010, pp. 174-177.
[52] See
also, Hansjacob Stehle, Eastern
politics of the Vatican 1917-1979, Ohio University Press, Athens
1981; Alessio Ulisse Floridi, Mosca
e il Vaticano, La Casa di Matriona, Milan 1976 and the documents collected
by Giovanni Barberini,L’Ostpolitik
della Santa Sede. Un dialogo lungo e faticoso, Il Mulino, Bologna 2007;Id., La politica del dialogo. Le
carte Casaroli sull’Ostpolitik vaticana, Il Mulino, Bologna 2008.
[53] Edouard Dahnis s.j., Sguardo
su Fatima. bilancio di una discussione, in “La Civiltà Cattolica”, 104, 2
(1953), pp. 392-406.
[54] Congregation of the Doctrine of the Faith, Il
Messaggio di Fatima, Città del Vaticano 2000, p. 4.
[55] François Furet, Le passé d’une
illusion. Essai sur l’idée communiste au XX siècle, Robert Laffont /Callman
Levy, Paris 1995, p. 13.
[56] The Mitrokhin dossier reconstructed the
history of the KGB and its operations in Europe and in United States through
thousands of documents that came directly from Moscow and were brought to Great
Britain by the former Soviet spy Vasili Mitrokhin and catalogued by the
University of Cambridge historian Christopher Andrei.
[57] George Weigel, The End and the Beginning: Pope John Paul
II—The Victory of Freedom, the Last Years, the Legacy,
Doubleday, New York 2010, pp. 65-67.
[60] Frère François de Marie des
Anges, Fatima. Joie intime,
événement mondial, Editions de
la Contre-Réforme Catholique, Saint-Parres-Les-Vaudes, 1991, pp. 372-382. In a
letter to her sister Bélem of August 29, 1989, Lucia declared that the
consecration done by the Pope on March 25, 1985, satisfied the requests of Our
Lady.
[61] Mickail Gorbaciov, Perestrojka.
Il nuovo pensiero per il nostro paese e per il mondo, it. tr. Mondadori,
Milan 1987, p. 309.
[63] Benedict XVI, Theological commentary of the Message
of Fatima, inCongregation of the
Doctrine of the Faith, The message of Fatima, Vatican City
2000, p. 43.
[65] Aa. Vv., Le Livre noir du communisme,
Robert Laffont, Paris 1997, it. tr. Mondadori, Milan 1998.
[67] George Neumayr, The Political Pope: How Pope Francis Is Delighting the Liberal Left
and Abandoning Conservatives, Hachette Book Group, New York 2017;Antonio Socci, Bergoglio è il leader della sinistra
mondiale, “Libero”, November 13, 2016.
[68] Francesco Margiotta Broglio, Costantino
in casa Wojtyla, in “Corriere della Sera”, February 2, 1990.
[70] José Barreto, Russia e Fatima,
in Enciclopedia di Fatima, a cura di Carlos Moreira Azevedo e Luciano Cristino, tr. it. Cantagalli, Siena 2007, p. 430.
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