Permitid que en esta
celebración tan solemne, y a la vez tan familiar, os invite a que meditemos
juntos un bellísimo texto que nos ofrece la liturgia de la fiesta de la Virgen
de los Dolores. Se trata del himno que hemos escuchado, cantado en latín, antes
del evangelio. A ese himno la liturgia lo llama Secuencia, porque antiguamente
se cantaba en algunas fiestas (como esta de hoy, pero también en Pascua,
Pentecostés o Corpus Christi) a continuación del Aleluya, siguiéndolo como una
especie de prolongación contemplativa y orante del mismo. Pues bien, nuestra
Secuencia de hoy es un precioso himno latino, atribuido a un franciscano del
siglo XIV, llamado Jacopone de Todi. Se titula Stabat mater dolorosa, por las
palabras con las que se inicia la primera estrofa, y es una conmovedora
meditación de la escena del Calvario, descrita por san Juan en el evangelio que
acabamos de proclamar (cf. Jn 19, 25-27), en la que el autor intenta entrar en
el alma de María, sufriente con su Hijo al pie de la cruz, para escrutar sus
sentimientos y, desde esa experiencia, pedirle la gracia de poder compartir con
Ella los dolores redentores del Salvador. Y es precisamente en una de esas
peticiones de la Secuencia en la que yo quisiera que nos fijáramos esta tarde.
Dice así en latín: Iuxta crucem tecum stare ac me tibi sociare in planctu
desidero. Lo cual, traducido, viene a decir: «En pie deseo acompañarte junto a
la cruz, para unirme contigo en el llanto.» Yo creo que es una estrofa preciosa
en su aparente sencillez, porque, en ella, con un sutil juego de palabras, lo
que al principio del himno era una simple descripción del modo de estar de
María junto a la cruz de Jesús (Stabat matear dolorosa juxta crucem
lacrimosa...) se transforma en una hermosa súplica dirigida a Ella : Iuxta crucem
tecum stare... Podríamos decir que, en esta estrofa, María deja de ser
simplemente el objeto de nuestra contemplación devota, para pasar a ser nuestra
interlocutora en la plegaria: Iuxta crucem tecum stare... Pero, ¿por qué
pedimos a María que nos permita acompañarla junto a la cruz de Jesús? ¿Qué
supone eso para nosotros? O dicho con otras palabras: ¿es que acaso el modo de
estar María al pie de la cruz nos puede enseñar algo sobre nuestro modo de
estar en el mundo, sobre nuestra manera de ser cristianos? Y, si es así, ¿qué
nos enseña la Madre dolorosa al pie de la cruz? ¿Cómo estuvo ella junto a su
Hijo? Creo que lo primero que deberíamos decir, en el espíritu de nuestra
Secuencia, es que la presencia de María junto a la cruz de Jesús es una presencia
dolorosa: Stabat mater dolorosa... Dolorosa hasta las lágrimas, hasta el
llanto: iuxta crucem lacrimosa. Es muy curioso este detalle propio del autor
del himno, porque el evangelio sólo nos dice que junto a la cruz de Jesús
estaba su madre, sin más. Pero el poeta, como si viera más allá de la letra del
evangelio, nos describe las lágrimas de María. ¿Para qué? Sin duda, para
suscitar también en nosotros mismos el llanto. Y es que —como escribía no hace
mucho un famoso teólogo— «sobre Jesús se habla mucho, pero nadie lo llora. Se
analizan sus dichos, es convertido en objeto de la cristología, de la profesión
de fe... Pero la clave es el lamento» (K. BERGER, Jesús, «Panorama» 12, Sal
Terrae, Santander 2009, 244-245). 2 Nadie llora a Jesús... ni siquiera los cristianos,
lo cual significa que, sin darnos cuenta, se está convirtiendo en algo sobre lo
que se cree, se discute o se piensa, pero no en alguien significativo, alguien
realmente querido para nosotros. ¿Cómo, si no, puede entenderse que ya
aceptemos con resignación, o peor, que empiece a parecernos normal, que se le
desprecie, se le ridiculice o se le insulte en distintos ámbitos? Es verdad que
él no necesita nuestros lamentos, sino que más bien somos nosotros quienes
necesitamos su compasión. Pero también es verdad que una fe sin sentimientos,
sin afectos, no es una fe auténticamente humana, sino rayana al
fundamentalismo. Por eso le decimos hoy a María: «Deja que contigo me una al
llanto, de pie junto a la cruz». En segundo lugar, la presencia de María junto
a la cruz es una presencia creyente: Stabat mater dolorosa..., dice el texto
empleando un verbo —stare— que, en latín, no sólo significa estar, o estar
presente, sino más aún: estar de pie, estar firme... Esta firmeza de la fe de María, junto a la cruz de Jesús, contrasta fuertemente con la cobardía de los
apóstoles y con el escándalo y las burlas de los judíos. Todos ellos han
"caído" ante la cruz, porque, en el fondo, no han "creído"
en Jesús, como él mismo les había anunciado la víspera de la pasión: «Esta
noche todos os escandalizaréis por mi causa...» (Mt 26,31). Creer, en
definitiva, es sinónimo de firmeza, de solidez, de estabilidad en nuestra vida.
Y, ante la cruz, reconozcámoslo, nos cuesta mantenernos en pie, porque ante
ella no se puede suspender el juicio: se cree o no; se la abraza para seguir a
Jesús o se huye de ella... y nosotros, somos tan débiles, tenemos tanto miedo a
darnos, nos hundimos con tanta facilidad, que necesitamos una mano que nos
levante. Por eso le suplicamos a María: iuxta crucem tecum stare, ayúdame a
estar contigo firme junto a la cruz, a compartir tu fe, a dejarme sostener por
tu Hijo, la única mano que puede levantarme de mis postraciones y elevarme a la
gloria. Por último, la presencia de María junto a la cruz es también una
presencia compasiva. Es algo que la Secuencia encarece repetidamente: la
profundidad del dolor de María, que penetra hasta el hondón mismo de su alma:
cuius animan gementem, contristatam et dolentem pertransivit gladius... y es
que María ha compartido realmente los dolores de su Hijo al pie de la cruz
(MISAL ROMANO, Oración colecta, 15 de septiembre}, no en su cuerpo desde luego
—que no ha sufrido los azotes, ni los clavos—, pero sí, como no podía ser de
otra forma, en su corazón. Por eso, con una expresión feliz, san Bernardo de
Claraval habla de la Virgen Dolorosa como «mártir en el alma» (cf LITURGIA DE
LAS HORAS, Oficio de lectura). Así, María nos enseña que los cristianos también
debemos estar en este mundo, muchas veces insolidario y egoísta, con toda la
carga de sufrimiento que esto genera, compartiendo los dolores de los demás,
como decía san Pablo: «Arrimad todos el hombro a las cargas de los otros, que
con eso cumpliréis la ley de Cristo» (Ga 6,2). Es verdad que, con frecuencia,
es a nosotros a quienes nos toca atravesar la oscura senda del sufrimiento,
pero eso no nos exime de la compasión. Siempre habrá a nuestro lado otros
"cristos", otros hermanos, esperando no sólo nuestra ayuda material
sino sobre todo el consuelo de nuestro amor. Juxta crucem tecum stare...
«Quiero estar contigo, de pie, junto a la cruz...» Que María, la Madre
dolorosa, acoja hoy esta nuestra súplica, queridos hermanos: que nos admita en
su compañía junto a la cruz de Cristo, que es el verdadero árbol de la vida,
para que, saciándonos de sus frutos, nos mantengamos ardientes en el amor de su
Hijo, firmes en la fe, y constantes y solícitos en nuestra compasión por los
que sufren. Amén.
Mariano Ruiz Campos
Sacerdote
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