REGNUM MARIAE

REGNUM MARIAE
COR JESU ADVENIAT REGNUM TUUM, ADVENIAT PER MARIAM! "La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios. Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad. Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús. Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro. Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin límites ni reservas." (San Maximiliano María Kolbe)

viernes, 15 de septiembre de 2017

STABAT MATER DOLOROSA


Permitid que en esta celebración tan solemne, y a la vez tan familiar, os invite a que meditemos juntos un bellísimo texto que nos ofrece la liturgia de la fiesta de la Virgen de los Dolores. Se trata del himno que hemos escuchado, cantado en latín, antes del evangelio. A ese himno la liturgia lo llama Secuencia, porque antiguamente se cantaba en algunas fiestas (como esta de hoy, pero también en Pascua, Pentecostés o Corpus Christi) a continuación del Aleluya, siguiéndolo como una especie de prolongación contemplativa y orante del mismo. Pues bien, nuestra Secuencia de hoy es un precioso himno latino, atribuido a un franciscano del siglo XIV, llamado Jacopone de Todi. Se titula Stabat mater dolorosa, por las palabras con las que se inicia la primera estrofa, y es una conmovedora meditación de la escena del Calvario, descrita por san Juan en el evangelio que acabamos de proclamar (cf. Jn 19, 25-27), en la que el autor intenta entrar en el alma de María, sufriente con su Hijo al pie de la cruz, para escrutar sus sentimientos y, desde esa experiencia, pedirle la gracia de poder compartir con Ella los dolores redentores del Salvador. Y es precisamente en una de esas peticiones de la Secuencia en la que yo quisiera que nos fijáramos esta tarde. Dice así en latín: Iuxta crucem tecum stare ac me tibi sociare in planctu desidero. Lo cual, traducido, viene a decir: «En pie deseo acompañarte junto a la cruz, para unirme contigo en el llanto.» Yo creo que es una estrofa preciosa en su aparente sencillez, porque, en ella, con un sutil juego de palabras, lo que al principio del himno era una simple descripción del modo de estar de María junto a la cruz de Jesús (Stabat matear dolorosa juxta crucem lacrimosa...) se transforma en una hermosa súplica dirigida a Ella : Iuxta crucem tecum stare... Podríamos decir que, en esta estrofa, María deja de ser simplemente el objeto de nuestra contemplación devota, para pasar a ser nuestra interlocutora en la plegaria: Iuxta crucem tecum stare... Pero, ¿por qué pedimos a María que nos permita acompañarla junto a la cruz de Jesús? ¿Qué supone eso para nosotros? O dicho con otras palabras: ¿es que acaso el modo de estar María al pie de la cruz nos puede enseñar algo sobre nuestro modo de estar en el mundo, sobre nuestra manera de ser cristianos? Y, si es así, ¿qué nos enseña la Madre dolorosa al pie de la cruz? ¿Cómo estuvo ella junto a su Hijo? Creo que lo primero que deberíamos decir, en el espíritu de nuestra Secuencia, es que la presencia de María junto a la cruz de Jesús es una presencia dolorosa: Stabat mater dolorosa... Dolorosa hasta las lágrimas, hasta el llanto: iuxta crucem lacrimosa. Es muy curioso este detalle propio del autor del himno, porque el evangelio sólo nos dice que junto a la cruz de Jesús estaba su madre, sin más. Pero el poeta, como si viera más allá de la letra del evangelio, nos describe las lágrimas de María. ¿Para qué? Sin duda, para suscitar también en nosotros mismos el llanto. Y es que —como escribía no hace mucho un famoso teólogo— «sobre Jesús se habla mucho, pero nadie lo llora. Se analizan sus dichos, es convertido en objeto de la cristología, de la profesión de fe... Pero la clave es el lamento» (K. BERGER, Jesús, «Panorama» 12, Sal Terrae, Santander 2009, 244-245). 2 Nadie llora a Jesús... ni siquiera los cristianos, lo cual significa que, sin darnos cuenta, se está convirtiendo en algo sobre lo que se cree, se discute o se piensa, pero no en alguien significativo, alguien realmente querido para nosotros. ¿Cómo, si no, puede entenderse que ya aceptemos con resignación, o peor, que empiece a parecernos normal, que se le desprecie, se le ridiculice o se le insulte en distintos ámbitos? Es verdad que él no necesita nuestros lamentos, sino que más bien somos nosotros quienes necesitamos su compasión. Pero también es verdad que una fe sin sentimientos, sin afectos, no es una fe auténticamente humana, sino rayana al fundamentalismo. Por eso le decimos hoy a María: «Deja que contigo me una al llanto, de pie junto a la cruz». En segundo lugar, la presencia de María junto a la cruz es una presencia creyente: Stabat mater dolorosa..., dice el texto empleando un verbo —stare— que, en latín, no sólo significa estar, o estar presente, sino más aún: estar de pie, estar firme... Esta firmeza de la fe de María, junto a la cruz de Jesús, contrasta fuertemente con la cobardía de los apóstoles y con el escándalo y las burlas de los judíos. Todos ellos han "caído" ante la cruz, porque, en el fondo, no han "creído" en Jesús, como él mismo les había anunciado la víspera de la pasión: «Esta noche todos os escandalizaréis por mi causa...» (Mt 26,31). Creer, en definitiva, es sinónimo de firmeza, de solidez, de estabilidad en nuestra vida. Y, ante la cruz, reconozcámoslo, nos cuesta mantenernos en pie, porque ante ella no se puede suspender el juicio: se cree o no; se la abraza para seguir a Jesús o se huye de ella... y nosotros, somos tan débiles, tenemos tanto miedo a darnos, nos hundimos con tanta facilidad, que necesitamos una mano que nos levante. Por eso le suplicamos a María: iuxta crucem tecum stare, ayúdame a estar contigo firme junto a la cruz, a compartir tu fe, a dejarme sostener por tu Hijo, la única mano que puede levantarme de mis postraciones y elevarme a la gloria. Por último, la presencia de María junto a la cruz es también una presencia compasiva. Es algo que la Secuencia encarece repetidamente: la profundidad del dolor de María, que penetra hasta el hondón mismo de su alma: cuius animan gementem, contristatam et dolentem pertransivit gladius... y es que María ha compartido realmente los dolores de su Hijo al pie de la cruz (MISAL ROMANO, Oración colecta, 15 de septiembre}, no en su cuerpo desde luego —que no ha sufrido los azotes, ni los clavos—, pero sí, como no podía ser de otra forma, en su corazón. Por eso, con una expresión feliz, san Bernardo de Claraval habla de la Virgen Dolorosa como «mártir en el alma» (cf LITURGIA DE LAS HORAS, Oficio de lectura). Así, María nos enseña que los cristianos también debemos estar en este mundo, muchas veces insolidario y egoísta, con toda la carga de sufrimiento que esto genera, compartiendo los dolores de los demás, como decía san Pablo: «Arrimad todos el hombro a las cargas de los otros, que con eso cumpliréis la ley de Cristo» (Ga 6,2). Es verdad que, con frecuencia, es a nosotros a quienes nos toca atravesar la oscura senda del sufrimiento, pero eso no nos exime de la compasión. Siempre habrá a nuestro lado otros "cristos", otros hermanos, esperando no sólo nuestra ayuda material sino sobre todo el consuelo de nuestro amor. Juxta crucem tecum stare... «Quiero estar contigo, de pie, junto a la cruz...» Que María, la Madre dolorosa, acoja hoy esta nuestra súplica, queridos hermanos: que nos admita en su compañía junto a la cruz de Cristo, que es el verdadero árbol de la vida, para que, saciándonos de sus frutos, nos mantengamos ardientes en el amor de su Hijo, firmes en la fe, y constantes y solícitos en nuestra compasión por los que sufren. Amén.
Mariano Ruiz Campos
 Sacerdote

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