La misericordia de Dios
llena la tierra, nos envuelve a cada uno de nosotros y a cada ser humano, como
una madre envuelve el cuerpecito de su niño y lo aprieta contra su corazón. La
misericordia de nuestro Padre Dios sostiene la creación entera y de una manera
muy particular rodea a los vivos y a los difuntos. Es como el aire gracias al
cual podemos respirar y vivir; es como el alimento que nos sostiene y gracias
al cual nos desarrollamos; es como una lluvia ligera que empapa la tierra de
nuestro corazón y como el sol que nos acaricia y nos da luz y calor. La
misericordia de Padre Dios es eterna y por ello es la fuente de nuestra
esperanza y de nuestra alegría.
La gloria de Dios es el
hombre vivo y por ello Él nos cuida con ternura y misericordia, para que
abriéndole nuestro corazón podamos vivir ahora bajo su Providencia amorosa, y
después vivir eternamente gozando de la hermosura de su rostro y del Amor de su Corazón.
Dios quiere que su misericordia
llegue a todos los hombres y mujeres de este mundo. Especialmente a los que no
le conocen, a los que sufren, a los que se sienten solos, a los que luchan
contra la enfermedad, a los que se sienten rechazados y marginados, a los que
no se sienten amados ni queridos. Dios quiere que su misericordia llegue a cada
pecador para que se sienta perdonado, acogido y reintegrado en la comunidad de
los seguidores de Jesús.
Padre Dios quiere que su
misericordia sea la fuerza de todos aquellos que luchan por el Bien y por la
Justicia, por la Paz y por la Reconciliación.
Padre Dios quiere que
nadie se vaya de este mundo sin la convicción y la seguridad de hacer ese
camino rodeado, protegido y guiado por su misericordia infinita.
Padre Dios necesita en esta tierra dispensadores de su
misericordia. Necesita de instrumentos que lleven el bálsamo de su gracia, de
su amor y de su misericordia a cada hombre y mujer que vive en este mundo.
Todos podemos y debemos
ser instrumentos de la misericordia de Dios. Todos podemos y debemos ser
misericordiosos como nuestro Padre celestial con nuestros hermanos y hermanas.
Pero el Padre, aún desea
algo más; quiere que haya hombres que dediquen su vida entera a ser
instrumentos de su misericordia. Hombres portadores de la misericordia del
Padre a tiempo completo: entregados en cuerpo y alma; consagrados a ser
portadores de la misericordia del Padre enteramente y durante toda su vida.
Es por eso que el Padre
llama a las puertas del corazón de muchos jóvenes para invitarlos a ser íntimos
colaboradores de su Hijo Jesucristo. Así como Jesús fue la Revelación del amor,
de la misericordia y de la ternura del Padre. Así también los llamados al
sacerdocio católico son invitados a continuar la misión de Jesús para prender
el fuego del amor de Dios en todos los corazones, y hacer que la misericordia
del Padre transfigure la tierra entera.
Las vocaciones
sacerdotales son responsabilidad de todas las comunidades parroquiales: orar sin
interrupción para que el Señor llame; interceder para que los llamados acepten
la gracia de la vocación y respondan a la llamada; animar y acompañar a cada
seminarista; e incluso, cuando es necesario, ayudar económicamente a su
formación, porque ellos van a ser los
Pastores del Pueblo Santo de Dios, los que van a acercar las gracias divinas a
través de los sacramentos a cada
persona.
La vocación sacerdotal es
también responsabilidad del que siente llamado. Para ello en cada comunidad
parroquial hemos de acompañar permanentemente a los niños y a los jóvenes para
que, antes que nada, aprendan a escuchar al Señor. Pienso humildemente que la
labor primera y principal de la catequesis es poner a los pequeños y a los
jóvenes en contacto con Dios. Que aprendan a escuchar y distinguir su voz. Que
aprendan a dialogar con Él, a entablar una amistad profunda con Jesús y con
nuestra Madre la Virgen.
En medio de tantos ruidos
ensordecedores (en la calle, en los medios, en la propia familia...), a veces
nuestros jóvenes no distinguen la dulzura de la voz de Dios que los llama.
Es una idea muy particular, pero pienso que es muy urgente la creación de
grupos de oración, infantiles y juveniles,
en nuestras parroquias. El Sagrario debería ser un imán de atracción
para nuestros jóvenes. El Señor está aquí y te llama para conversar con Él,
para ser tu compañero y guía en el camino de la vida.
El sacerdote no es un
solterón. Es un padre de todos aquellos que le son encomendados. Es un hermano
de todos los hombres. Es un compañero de camino para todos. Es miembro de una
familia inmensa: la gran familia de los hijos de Dios. Es el hombre portador de
la alegría de la fe. Es el hombre portador de la compasión y del consuelo para
quien sufre. Es el hombre que se da a sí mismo sin esperar nada a cambio. Es el
hombre portador de la paz y de la reconciliación. En Él y a través de Él Jesús
mismo se hace presente en medio de la comunidad. Ser sacerdote es el don más
inmenso que se puede recibir; la alegría más desbordante que un corazón puede
recibir. Ser sacerdote es una misión apasionante, porque es compartir la misma
misión de Jesús. Un corazón joven, tocado por Dios, no podrá encontrar un
proyecto de vida más ilusionante que este.
Manuel María de Jesús F.F.
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