La dignidad de la Virgen
gloriosa
1.‑ “Como
un vaso de oro macizo adornado con toda clase de piedras preciosas, como un
olivo que se expande y como un ciprés
que se eleva hacia lo alto”
(Sir 50, 10‑11).
Dice Jeremías: “Solio
(trono) de la gloria, exaltado desde el comienzo, lugar de nuestra
santificación, esperanza de Israel” (17, 12‑13). El solio, como un sólido asiento, es llamado así del verbo “sentarse”. Solio (trono) de gloria fue la bienaventurada María,
que en todo fue sólida e íntegra. En ella tomó asiento la gloria del Padre, o
sea, el Hijo sabio o, más bien, la misma Sabiduría, cuando de ella asumió la
carne.
Dice el Salmo: “Para que
la gloria habite en nuestra tierra” (84, 10). De veras, la gloria de las
alturas, o sea, de los ángeles, habitó en tierra, o sea, en nuestra carne. La
bienaventurada María fue solio de la gloria, o sea, de Jesucristo, quien es la
gloria de las alturas, o sea, de los ángeles. Dice el Eclesiástico: “Firmamento
de la altura es su belleza, esplendor del cielo en una visión de gloria” (43,
1).
Jesucristo es “el
firmamento (sostén) de la altura”, o sea, de la sublimidad angélica, que El
mismo afianzó, mientras el ángel apóstata con sus secuaces se precipitaba. Se
lee en Job: “¿Tú, quizás, fabricaste con El los cielos, que son solidísimos
como fundidos”, o fundados, “en el bronce?” (37, 18). Como si dijera: “¿No fue,
quizás, la sabiduría del Padre que fabricó los cielos, o sea, la naturaleza
angélica?”. En efecto,”en el principio Dios creó el cielo” (Gen 1, 1). Y por
cielo se entiende tanto el continente como el contenido. “Después que los
ángeles que pecaron fueron arrastrados con las cadenas al infierno (2 Pe 2, 4),
los ángeles buenos, que permanecieron unidos al Sumo Bien, fueron confirmados
en la estabilidad como en el bronce.
En la durabilidad del
bronce está figurada la eterna estabilidad de los ángeles. Jesucristo,
“firmamento de la sublimidad angélica”, es también su belleza. A aquellos a los
que consolida con la potencia de su divinidad, los sacia con la belleza de su
humanidad. Hay también el esplendor del cielo, o sea, de todas las almas que
habitan en los cielos; y ese esplendor consiste en la visión de la gloria.
Mientras contemplan cara a cara la gloria del Padre, ellos también resplandecen
de la misma gloria. ¡Miren, pues! ¡Qué grande es la dignidad de la gloriosa
Virgen, que mereció ser Madre de aquel que es “el firmamento” y “la belleza de
los ángeles”, y el esplendor de todos los santos!
2.‑ Digamos, pues: “Solio
de la gloria de la altura, desde el principio”; o sea, desde la creación del
mundo, la dichosa María fue predestinada a ser la madre de Dios con potencia,
según el Espíritu de santificación (Rom 1, 4). Por ende añade: “Lugar de
nuestra santificación y esperanza de Israel”. La santa virgen fue lugar de
nuestra santificación, o sea, del Hijo de Dios que nos santificó. El mismo dice
en Isaías: “El abeto y el boj y el pino vendrán juntos para adornar el lugar de
mi santificación; y yo glorificaré el lugar donde se posan mis pies” (60, 13).
El abeto se llama así,
porque más que los demás árboles va hacia lo alto (asonancia entre abies,
abeto, y ab‑eo,
voy, subo), y simboliza a los que contemplan las cosas celestiales. El boj no
se yergue a lo alto ni tiene fruto, pero tiene un verde perenne; y simboliza a
los neo‑creyentes
que conservan la fe de un perenne verdor. El pino es llamado así por la forma aguda de sus hojas. Los
antiguos llamaban “agudo” al pino. Y simboliza a los penitentes
que, conscientes de sus pecados, con la agudeza de la contrición punzan el
corazón, para hacer brotar la sangre de las lágrimas.
Todos ellos, o sea, los
contemplativos, los fieles y los penitentes, en esta solemnidad vienen a
adornar (honrar) con la devoción, con la alabanza y con la predicación a la
bienaventurada María, que fue el lugar de la santificación de Jesucristo, en la
que El mismo se santificó. Dice Juan: “Por ellos yo me santifico a mí mismo”,
de una santificación creada, “para que ellos también sean santificados en la verdad”
(17, 1 9), en mí, que en mí mismo, el Verbo, me santifico a mí mismo como
hombre, o sea, por medio de mí, el Verbo, me colmo de todos los bienes.
“Y glorificaré el lugar de
mis pies”. Los pies del Señor significan su humanidad. Por esto Moisés dice.‑ “Los que se acercan a sus
pies, acogerán su doctrina” (Dt 33, 3). Nadie puede acercarse a los pies del
Señor, si antes, como manda el Éxodo, “no desata sus sandalias” (3, 5); o sea,
no se quita las obras muertas de sus pies, o sea, de los afectos de su mente.
Acércate, pues, con los pies desnudos, y acogerás su doctrina. Dice Isaías: “¿A
quién enseñará la ciencia y a quién le hará comprender lo que oye? A los niños
destetados, que acaban de dejar el pecho” (28, 9). El que se aleja de la leche
de la mundana concupiscencia y se separa de las mamas de la gula y de la
lujuria, merecerá ser amaestrado en la ciencia divina en la vida presente y oír
en la vida futura: “¡Vengan, benditos de mi Padre!”.
El lugar de los pies del
Señor fue la feliz María, de la que asumió la humanidad; y hoy glorificó este
“lugar”, porque la exaltó por encima de los coros de los ángeles. Por esto
comprendes claramente que la bienaventurada Virgen fue elevada al cielo también
con el cuerpo, que fue el “lugar” de los pies del Señor. Se lee en el Salmo:
“Levántate, Señor, y entra en el lugar de tu reposo: tú y el arca de tu
santificación” (131, 8). Se levantó el Señor, cuando subió a la derecha del
Padre. Se levantó también el arca de su santificación, cuando en este día la
Virgen Madre fue asumida a la gloria celestial.
En el Génesis está escrito
que el arca se detuvo sobre los montes de Armenia. Armenia se interpreta “monte
separado”, y simboliza la naturaleza angélica, que se llama “monte” en relación
con los ángeles que fueron confirmados (en gracia), y “separado” en relación
con los que fueron precipitados (en el infierno). El arca del verdadero Noé,
que “nos hizo descansar de nuestras fatigas, en la tierra maldecida por el
Señor” (Gen 5, 29), se detuvo en este día sobre los montes de la Armenia, o
sea, por encima de los coros de los ángeles.
San Antonio de Padua. Sermones.
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