REGNUM MARIAE

REGNUM MARIAE
COR JESU ADVENIAT REGNUM TUUM, ADVENIAT PER MARIAM! "La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios. Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad. Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús. Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro. Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin límites ni reservas." (San Maximiliano María Kolbe)

domingo, 14 de agosto de 2016

ASUNCIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA

La dignidad de la Virgen gloriosa
1. Como un vaso de oro macizo adornado con toda clase de piedras preciosas, como un olivo que se expande y como un ciprés que se eleva hacia lo alto (Sir 50, 1011).
Dice Jeremías: “Solio (trono) de la gloria, exaltado desde el comienzo, lugar de nuestra santificación, esperanza de Israel” (17, 1213). El solio, como un sólido asiento, es llamado así del verbo sentarse. Solio (trono) de gloria fue la bienaventurada María, que en todo fue sólida e íntegra. En ella tomó asiento la gloria del Padre, o sea, el Hijo sabio o, más bien, la misma Sabiduría, cuando de ella asumió la carne.
Dice el Salmo: “Para que la gloria habite en nuestra tierra” (84, 10). De veras, la gloria de las alturas, o sea, de los ángeles, habitó en tierra, o sea, en nuestra carne. La bienaventurada María fue solio de la gloria, o sea, de Jesucristo, quien es la gloria de las alturas, o sea, de los ángeles. Dice el Eclesiástico: “Firmamento de la altura es su belleza, esplendor del cielo en una visión de gloria” (43, 1).
Jesucristo es “el firmamento (sostén) de la altura”, o sea, de la sublimidad angélica, que El mismo afianzó, mientras el ángel apóstata con sus secuaces se precipitaba. Se lee en Job: “¿Tú, quizás, fabricaste con El los cielos, que son solidísimos como fundidos”, o fundados, “en el bronce?” (37, 18). Como si dijera: “¿No fue, quizás, la sabiduría del Padre que fabricó los cielos, o sea, la naturaleza angélica?”. En efecto,”en el principio Dios creó el cielo” (Gen 1, 1). Y por cielo se entiende tanto el continente como el contenido. “Después que los ángeles que pecaron fueron arrastrados con las cadenas al infierno (2 Pe 2, 4), los ángeles buenos, que permanecieron unidos al Sumo Bien, fueron confirmados en la estabilidad como en el bronce.
En la durabilidad del bronce está figurada la eterna estabilidad de los ángeles. Jesucristo, “firmamento de la sublimidad angélica”, es también su belleza. A aquellos a los que consolida con la potencia de su divinidad, los sacia con la belleza de su humanidad. Hay también el esplendor del cielo, o sea, de todas las almas que habitan en los cielos; y ese esplendor consiste en la visión de la gloria. Mientras contemplan cara a cara la gloria del Padre, ellos también resplandecen de la misma gloria. ¡Miren, pues! ¡Qué grande es la dignidad de la gloriosa Virgen, que mereció ser Madre de aquel que es “el firmamento” y “la belleza de los ángeles”, y el esplendor de todos los santos!
2. Digamos, pues: Solio de la gloria de la altura, desde el principio”; o sea, desde la creación del mundo, la dichosa María fue predestinada a ser la madre de Dios con potencia, según el Espíritu de santificación (Rom 1, 4). Por ende añade: “Lugar de nuestra santificación y esperanza de Israel”. La santa virgen fue lugar de nuestra santificación, o sea, del Hijo de Dios que nos santificó. El mismo dice en Isaías: “El abeto y el boj y el pino vendrán juntos para adornar el lugar de mi santificación; y yo glorificaré el lugar donde se posan mis pies” (60, 13).
El abeto se llama así, porque más que los demás árboles va hacia lo alto (asonancia entre abies, abeto, y abeo, voy, subo), y simboliza a los que contemplan las cosas celestiales. El boj no se yergue a lo alto ni tiene fruto, pero tiene un verde perenne; y simboliza a los neocreyentes que conservan la fe de un perenne verdor. El pino es llamado así por la forma aguda de sus hojas. Los antiguos llamaban agudo al pino. Y simboliza a los penitentes que, conscientes de sus pecados, con la agudeza de la contrición punzan el corazón, para hacer brotar la sangre de las lágrimas.
Todos ellos, o sea, los contemplativos, los fieles y los penitentes, en esta solemnidad vienen a adornar (honrar) con la devoción, con la alabanza y con la predicación a la bienaventurada María, que fue el lugar de la santificación de Jesucristo, en la que El mismo se santificó. Dice Juan: “Por ellos yo me santifico a mí mismo”, de una santificación creada, “para que ellos también sean santificados en la verdad” (17, 1 9), en mí, que en mí mismo, el Verbo, me santifico a mí mismo como hombre, o sea, por medio de mí, el Verbo, me colmo de todos los bienes.
“Y glorificaré el lugar de mis pies”. Los pies del Señor significan su humanidad. Por esto Moisés dice. “Los que se acercan a sus pies, acogerán su doctrina” (Dt 33, 3). Nadie puede acercarse a los pies del Señor, si antes, como manda el Éxodo, “no desata sus sandalias” (3, 5); o sea, no se quita las obras muertas de sus pies, o sea, de los afectos de su mente. Acércate, pues, con los pies desnudos, y acogerás su doctrina. Dice Isaías: “¿A quién enseñará la ciencia y a quién le hará comprender lo que oye? A los niños destetados, que acaban de dejar el pecho” (28, 9). El que se aleja de la leche de la mundana concupiscencia y se separa de las mamas de la gula y de la lujuria, merecerá ser amaestrado en la ciencia divina en la vida presente y oír en la vida futura: “¡Vengan, benditos de mi Padre!”.
El lugar de los pies del Señor fue la feliz María, de la que asumió la humanidad; y hoy glorificó este “lugar”, porque la exaltó por encima de los coros de los ángeles. Por esto comprendes claramente que la bienaventurada Virgen fue elevada al cielo también con el cuerpo, que fue el “lugar” de los pies del Señor. Se lee en el Salmo: “Levántate, Señor, y entra en el lugar de tu reposo: tú y el arca de tu santificación” (131, 8). Se levantó el Señor, cuando subió a la derecha del Padre. Se levantó también el arca de su santificación, cuando en este día la Virgen Madre fue asumida a la gloria celestial.
En el Génesis está escrito que el arca se detuvo sobre los montes de Armenia. Armenia se interpreta “monte separado”, y simboliza la naturaleza angélica, que se llama “monte” en relación con los ángeles que fueron confirmados (en gracia), y “separado” en relación con los que fueron precipitados (en el infierno). El arca del verdadero Noé, que “nos hizo descansar de nuestras fatigas, en la tierra maldecida por el Señor” (Gen 5, 29), se detuvo en este día sobre los montes de la Armenia, o sea, por encima de los coros de los ángeles.
San Antonio de Padua. Sermones.

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