Pero
nosotros no abandonaremos tu sepulcro ¡oh Redentor! sin depositar en él el
tributo de nuestras oraciones y la satisfacción de nuestro arrepentimiento.
¡Hete
ahí cautivo de la muerte! Esta hija del pecado ha extendido su imperio sobre
Ti. Te has sometido a la sentencia, dictada contra nosotros, y has querido
hacerte semejante a nosotros hasta en la tumba. ¿Qué reparación podría igualar
a la humillación que sufres en este estado?, éste nos era a nosotros debido;
mas Tú no le has hecho tuyo, ¡oh soberano autor de la vida!, más que a causa de
tu amor para con nosotros.
Los
ángeles hacen la guardia en torno a esa piedra sobre la que reposa tu cuerpo;
admiran tu amor para con el hombre, esta débil e ingrata criatura. Has sufrido la
muerte no por sus hermanos caídos, sino por nosotros, los últimos de la
creación. Pero, ¿qué lazo indisoluble forma en adelante entre Tú y nosotros
este sacrificio que acabas de ofrecer? Has muerto por nosotros; ahora deberemos
nosotros vivir para Ti. Así te lo prometemos ¡oh Jesús! sobre esta tumba que
nuestros pecados habían cavado para Ti. Queremos también morir al pecado y
vivir en tu gracia. Seguiremos en adelante tus preceptos y tus ejemplos y nos
alejaremos del pecado, que nos ha hecho responsables de tu muerte amarga y dolorosa.
Recibimos junto con tu cruz todas las
cruces de que la vida humana está sembrada, tan ligeras, en comparación de la
tuya. Aceptamos, en fin, el morir nosotros también, cuando sea llegado el
momento de sufrir la sentencia merecida, que la justicia de tu Padre ha
pronunciado contra nosotros.
Tú
has suavizado con tu muerte ese momento tan temible de la naturaleza. Para Ti
la muerte es un tránsito a la vida; y así como en este momento nos separamos de
tu sepulcro con la esperanza próxima de saludar tu gloriosa resurrección, así
también, al abandonar a la tierra los restos mortales, nuestra alma llena de
confianza subirá hacia Ti, con la esperanza de unirse un día a este polvo
culpable, que la tumba debe devolver, después de haberle purificado.
AVEMARÍA
DOLOROSA
Dios
te salve, María, llena eres de dolores; Jesús crucificado está contigo; digna
eres de ser llorada y compadecida entre todas las mujeres, y digno es de ser
llorado y compadecido Jesús, fruto bendito de tu vientre.
Santa
María, Madre del Crucificado, da lágrimas y arrepentimiento a nosotros
crucificadores de tu Hijo, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario