¡Qué difícil resulta escudriñar en el corazón de una madre!
¡Cuánto más difícil es todavía asomarse al corazón de Aquella que es Madre de Dios y Madre de todos los hombres, la Bienaventurada siempre Virgen María!
Para una madre cada uno de sus hijos es único e irrepetible.
El vacío por la pérdida de un hijo jamás puede ser reparado ni colmado por ninguno en particular ni por el conjunto de todos los demás.
Cada hijo tiene un lugar irreemplazable en el corazón materno.
Sólo la buena madre sabe y conoce la "medida" y la "forma" exactas en que cada uno de sus hijos ha de recibir el amor de su corazón para sentirse saciado y satisfecho del amor maternal.
Es la buena madre la experta y especialista que conoce como nadie la medida exacta del alimento material, afectivo y espiritual que necesita cada uno de sus hijos.
Ella los alimenta a todos, pero a cada uno le ofrece la cantidad de alimento necesario según su constitución y necesidad.
La buena madre ama a todos y a cada uno de sus hijos, pero por eso mismo sabe perfectamente medir la capacidad de cada uno de ellos y así se esfuerza en que a cada uno no le sobre ni le falte su medida.
Si a uno le da más es porque ese necesita más. Si al otro le procura menos es porque ese otro con ese "menos" tiene su medida colmada.
¿Podemos hablar, entonces, de hijos predilectos de nuestra Madre celestial?
Sí podemos hacerlo en el sentido del grado de atención y preocupación que unos necesitan respecto de los otros.
El hijo pequeño requiere un grado de atención distinto al del hijo mayor. El enfermo y débil reclama un grado de atención distinto del que está sano y fuerte.
Es así que podemos hablar de hijos predilectos de Nuestra Señora: los niños, los enfermos, los ancianos, los pobres y desvalidos.
No es cuestión de que sean más amados sino de que necesitan una especial atención y un particular amparo de la Madre.
Desde sus orígenes la Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina ha sido consciente de la importancia y del lugar, únicos e irreemplazables, que a los más pequeños les corresponde en el corazón de Dios y en el corazón de la Madre celestial. Importancia y lugar que, por lo tanto, les corresponde por derecho divino en el corazón de la Iglesia y en su responsabilidad pastoral.
A esta labor maravillosa, al tiempo que sacrificada y ciertamente nada fácil, vivió especialmente consagrada y dedicada con todas las fibras de su corazón la Madre María Elvira de la Santa Cruz. De ello son fieles testigos los centenares de niños que pudieron experimentar sus desvelos maternales para sembrar en sus mentes y en sus tiernos corazones la semilla del amor de Cristo, de María y de la Santa Iglesia Católica.
La Madre María Elvira, al igual que el Santo Padre Pío, tuvo siempre la firme convicción de que en esta hora especialísima y particular ¡"los niños salvarán el mundo"!
Sí, ellos, los niños son los aliados de Jesús y de María. De sus oraciones, de sus sacrificios y de su tierna unión con Jesús y María depende la suerte eterna del mundo entero.
No serán el Papa, ni los cardenales, ni los obispos, sacerdotes o religiosos. No serán los teólogos, ni los consejos parroquiales, ni las estructuras de la Iglesia universal o de las parroquias. Mucho menos aún serán los políticos, ni las estructuras sociales internacionales.
¡Los niños salvarán el mundo!
¡Sólo ellos, unidos a Jesús y a María, pueden hacer descender la salvación de Dios sobre la Iglesia y sobre el mundo entero!
Una vez más Dios Nuestro Señor se servirá de lo que no cuenta para humillar lo que sí cuenta para el mundo.
La Virgen Santísima y los niños son los instrumentos privilegiados y "sine qua non" de los que Dios se servirá en esta hora para humillar y derrotar al infierno, para purificar el mundo y la Iglesia militante y para salvar las almas.
El carisma mejor y más grande está depositado por el Santo Espíritu en el corazón de los pequeños. Ellos son los instrumentos más grandes y valiosos en las manos de Dios y los más eficaces en la economía de la salvación.
El espectáculo eclesial actual resulta a menudo patético y deprimente. Una lucha infernal y diabólica de ciegos que pretenden guiar a otros ciegos para todos juntos ir a caer en el hoyo.
Resplandecen como nunca el imperio de la soberbia, la ebriedad del poder, el cainismo homicida, las luchas intestinas en el seno de la Iglesia militante, la suplantación de la fe católica por las ideologías pseudo religiosas.
No cabe la menor duda de que han llegado los tiempos profetizados por el Apóstol de las gentes, tiempos malditos en los que el fuego del amor y de la caridad se han enfriado hasta el punto de casi extinguirse.
La sal se ha vuelto sosa, la luz se apaga con el avance de las tinieblas y los seguidores de Cristo nos hacemos merecedores cada día más de ser arrojados a las calles para que nos pisoteen las gentes.
¡Los niños salvarán el mundo y la Iglesia militante!
¡Los niños son los únicos confidentes válidos de la Madre de Dios!
Ya tan sólo ellos parecen ser los únicos dignos de recibir las propuestas celestiales como otrora en las humildes tierras de Fátima:
“¿Qué
estáis haciendo? Rezad, rezad mucho... Ofreced constantemente al Altísimo
oraciones y sacrificios... Sobre todo aceptad y soportad con obediencia los
sufrimientos que el Señor os mande".
“¿Queréis
ofreceros a Dios y estáis dispuestos a aceptar lo que El quiera enviaros, por
la paz del mundo y por la conversión de los pobres pecadores?”
Es del corazón y de los labios de los niños que el Señor suscitará una alabanza armoniosa para gloria de su Santo Nombre.
Es a esos corazones humildes y sencillos a los que hemos de dedicar en esta hora lo mejor de nuestros esfuerzos, de nuestra atención y de nuestro apostolado.
¡Vayamos a ellos en el Santísimo Nombre de Jesús y en el Dulce Nombre de María!
P. Manuel María de Jesús
Fuente:jesussalvame.blogspot.com
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