1. Seréis como los santos
Si
se toma en consideración que la misa tradicional celebrada hasta 1970 era, en
lo esencial, la de San Gregorio Magno (codificada hacia el año 600), estamos
hablando de 1400 años de la vida de la Iglesia , es decir, la mayor parte de la historia
de sus santos. Las oraciones, los himnos, las lecturas que han alimentado su fe
son las mismas que alimentan la nuestra. Es la misa de Santo Tomás de Aquino,
quien compuso el propio de la fiesta de Corpus Christi, es la misa a la que
asistía San Luis Rey de Francia hasta tres veces por día, es la misa que sumía
a San Felipe Neri en éxtasis de los que era preciso sustraerlo, es la misa que
se celebraba clandestinamente en Inglaterra y en Irlanda en la época de las
persecuciones, es la misa que rezaba San Damián de Molokai en la capilla
construida con sus manos leprosas…
2. Lo que es verdadero para nosotros lo es aún más para nuestros
hijos
La
liturgia tradicional forma la mente y el corazón de nuestros hijos en la
alabanza divina mediante la ejercitación de las virtudes de la humildad, la
obediencia y la adoración silenciosa. Llena sus sentidos y su imaginación con
los signos y los símbolos sagrados, con «ceremonias místicas» como las llamaba
el Concilio de Trento. Los pedagogos saben que los niños son más sensibles a las
ilustraciones visuales que a los largos discursos. La solemnidad de la liturgia
tradicional abrirá a los niños catequizados a la trascendencia y hará nacer en
muchos niños varones el deseo de servir en el altar.
3. La misa universal
La
liturgia tradicional no sólo establece un vínculo de unidad temporal entre
nuestra generación y las que nos han precedido, sino también un vínculo de
unidad espacial entre todos los fieles del globo terrestre. Antes de la reforma
litúrgica, era un gran consuelo para los viajeros descubrir que más allá de las
culturas y los climas, la misa era siempre la misma en todas partes, la misma
que celebraba el sacerdote de su parroquia. Era también la más evidente
confirmación de la auténtica catolicidad de su catolicismo. ¡Qué contraste con
ciertas parroquias actuales donde la misa cambia de un sacerdote a otro y de un
domingo a otro…!
4. Sabemos a qué atenernos
Una
ceremonia centrada en el sacrificio de Nuestro Señor en el Calvario. El
silencio, antes, durante y después. Monaguillos varones únicamente. Sólo manos
consagradas para tocar el Cuerpo de Cristo. Nada de extravagancias en los
ornamentos o la música. En otros términos, la única actividad que el hombre,
cuando no si celebra de manera inadecuada, no puede desviar de su único objeto:
la alabanza del verdadero Dios. El padre Jonathan Robinson, del Oratorio de San
Felipe Neri, en su libro The Mass and Modernity (Ignatius Press, 2005), escrito
antes de que se familiarizara con la liturgia tradicional, señala que la
atracción principal y perenne de lo que aún era el rito antiguo reside en que
ofrece «una referencia trascendente », aunque sea mal celebrada. Mientras
que, en la misa nueva, nada garantiza «la centralidad del misterio pascual».
5. Es el original
El
rito romano tradicional tiene una orientación teo y cristo céntrica patente,
manifestada tanto la en la posición ad Orientem del celebrante como en los
ricos textos del misal que destacan el misterio trinitario, la divinidad de
Nuestro Señor y su sacrificio en la Cruz. Como bien lo ha documentado el profesor
Lauren Pristas (3), las oraciones del nuevo misal carecen de claridad en la
expresión del dogma y de la ascesis católica; en cambio, las oraciones del
antiguo misal no tienen ni ambigüedad ni equívocos. Cada vez es mayor el número
de católicos que se percatan de hasta qué punto la reforma litúrgica fue
precipitada y de cómo conduce a la confusión a causa de sus opciones casi
ilimitadas y de su discontinuidad con los catorce siglos anteriores de oración
de la Iglesia.
6. Un santoral superior
En
los debates litúrgicos, una gran parte de los intercambios se centra, como es
lógico, en la defensa o la crítica de los cambios aportados al ordinario de la
misa. Pero no se debe olvidar que una de las diferencias más importantes
introducidas en el misal de 1970 es su calendario, empezando por el santoral.
El calendario de 1962 es una maravillosa introducción a la historia de la Iglesia , en especial, la
historia de la Iglesia
primitiva, hoy tan frecuentemente olvidada. Está ordenado tan providencialmente
que la sucesión de ciertas festividades forma conjuntos que ilustran una faceta
particular de la santidad. Por su parte, los creadores del calendario reformado
han eliminado o degradado 200 santos, empezando por San Valentín. San Cristóbal,
el patrono de los viajeros, ha desaparecido, con la excusa de que no habría
existido, a pesar de las innumerables vidas que salva cotidianamente. Se ha
privilegiado de forma sistemática la ciencia histórica moderna frente a las
tradiciones orales de la
Iglesia. Esta preferencia científica hace pensar en las
siguientes palabras de Chesterton en su obra Ortodoxia: «Es muy fácil
comprender por qué una leyenda se considera y debe ser considerada con mayor
respeto que una obra histórica. La leyenda es, generalmente, obra de la mayoría
de los miembros de la aldea, una mayoría de hombres sanos de espíritu. El
libro, por lo general, está escrito por el único hombre loco de la aldea» .
7. Un temporal superior
El
temporal también padeció alteraciones. El ciclo litúrgico es mucho más rico en
el calendario de 1962. Cada domingo del año tiene su contenido propio, que
constituye una suerte de marcador para los fieles gracias al cual pueden medir,
año tras año, su progreso o retroceso espiritual. El calendario tradicional
observa antiguas circunstancias recurrentes, como las Cuatro Témporas o las
Rogativas que manifiestan, además de nuestra gratitud hacia el Creador, nuestra
sumisión alegre al ciclo natural de las estaciones y de las cosechas. El
calendario tradicional no tiene un «tiempo ordinario», expresión muy poco feliz
si se considera que después de la Encarnación ya nada puede ser «ordinario»; en
cambio, tiene un tiempo después de la Epifanía y un tiempo después de Pentecostés, lo
que prolonga el eco de dichas fiestas. Como Navidad y Pascua, Pentecostés,
fiesta no menor, tiene su octava durante la cual la Iglesia cuenta con tiempo
suficiente para renovar su ardor bajo el influjo del fuego celestial. Sin
olvidar el tiempo de Septuagésima que ayuda al pueblo de Dios a pasar con
suavidad de la alegría de la
Navidad al dolor de la Cuaresma. Todos
estos tesoros preciosamente conservados nos conectan con la Iglesia de los primeros
siglos…
8. Una mejor introducción a la Biblia
La
opinión corriente pretende que uno de los progresos principales del nuevo Ordo
es su ciclo trienal y las lecturas más numerosas que supuestamente ayudan a un
mejor conocimiento de la
Biblia. Pero con esto se ignora que si bien es cierto que la
nueva disposición ha multiplicado las lecturas, también ha destruido el vínculo
que las unía en el antiguo Ordo y que constituía la trama de la misa domingo a
domingo. En materia de lecturas bíblicas, el Ordo tradicional responde a dos
principios admirables:
–
en primer lugar, los pasajes no se eligen por su propio interés (con el fin de
cubrir la mayor extensión posible de la Escritura ) sino para iluminar la festividad
particular celebrada;
–
en segundo lugar, el acento, más que en una mayor alfabetización bíblica de los
fieles, está puesto en la «mistagogia». En otras palabras, las lecturas de la
misa no han sido concebidas como un curso bíblico dominical sino como una
iniciación progresiva a los misterios de la fe a través de la liturgia. Su
número más limitado, su concisión, su pertinencia litúrgica y su repetición
anual las convierten en un agente muy eficaz de formación espiritual y en una
perfecta preparación para el sacrificio eucarístico.
9. La devoción a la Sagrada Eucaristía
Naturalmente,
la forma ordinaria puede ser celebrada con reverencia y devoción y en el
momento de la comunión, puede ocurrir que sólo la distribuyan los ministros
ordenados a los fieles en la boca. Pero todos los domingos, en la mayoría de
las parroquias ordinarias, se recurre a los ministros extraordinarios para dar
la sagrada comunión a los fieles presentes, quienes, en gran medida, la toman,
más que la reciben, con la mano. Estas dos actitudes minan profundamente el
sacrosanto respeto debido al Santísimo Sacramento y, por ende, la comprensión
del misterio eucarístico. Y aun cuando uno comulgue en la boca, poniéndose en
la fila del sacerdote en vez de en la del ministro extraordinario, se corre el
riesgo de acercarse a Jesús Hostia con el alma distraída, atormentada o
incluso, indiferente, lo que no es mejor. Momento de gran solemnidad,
tradicionalmente muy edificante para los niños, la comunión termina, de este
modo, por convertirse en un momento de agitación y confusión. El olvido de la
presencia real de Nuestro Señor en la Sagrada Eucaristía
desemboca inexorablemente en la «protestantización» de nuestra relación con
Dios. Mientras que el indulto de la comunión en la mano no sea abolido, la
liturgia tradicional es la única vía segura para preservar y alimentar nuestra
comprensión del misterio de la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo tanto
en la Sagrada
Eucaristía como en la Iglesia y en nuestras vidas de cristianos.
10. El misterio de la
Fe
Si
sólo hubiera que quedarse con una razón que justificara la elección de la forma
extraordinaria, sería simplemente que ésta es la expresión más perfecta del
Misterio de la Fe. Lo
que San Pablo llamaba misterio y que la tradición latina designa con los
términos de mysterium y sacramentum es todo menos un concepto marginal en la Cristiandad. La
increíble revelación de Dios a los hombres, a lo largo de toda la historia y en
particular en la persona de Cristo, es un misterio en el sentido más elevado
del término: es la revelación de una realidad perfectamente inteligible pero
siempre ineluctable, siempre luminosa pero enceguecedora por su misma
luminosidad. Las ceremonias litúrgicas que nos ponen en contacto con Dios
deberían llevar el sello de su esencia misteriosa eterna e infinita. Por su
lengua sagrada, su ordenamiento, su música y la postura del sacerdote, la forma
extraordinaria del rito romano tiene, sin duda alguna, ese sello. Al favorecer
el sentido de lo sagrado, la misa tradicional conserva intacto el misterio de
la fe .
Peter Kwasniewski
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