REGNUM MARIAE

REGNUM MARIAE
COR JESU ADVENIAT REGNUM TUUM, ADVENIAT PER MARIAM! "La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios. Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad. Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús. Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro. Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin límites ni reservas." (San Maximiliano María Kolbe)

lunes, 22 de agosto de 2016

REINA Y MADRE NUESTRA

Madre de Dios y señora mía, María.
Como se presenta a una gran reina
Un pobre andrajoso y llagado,
Así me presento a ti, reina de cielo y tierra.
Desde tu trono elevado dígnate
Volver los ojos a mí, pobre pecador.
Dios te ha hecho tan rica
Para que puedas socorrer a los pobres,
Y te ha constituido reina de misericordia
Para que puedas aliviar a los miserables.
Mírame y ten compasión de mí.
Mírame y no me dejes;
Cámbiame de pecador en santo.
Veo que nada merezco y por mi ingratitud
Debiera verme privado de todas las gracias
Que por tu medio he recibido del Señor.
Pero tú, que eres reina de misericordia,
No andas buscando méritos,
Sino miserias y necesidades que socorrer.
¿Y quién más pobre y necesitado que yo?
Virgen excelsa, ya sé que tú,
Siendo la reina del universo,
Eres también la reina mía.
Por eso, de manera muy especial,
Me quiero dedicar a tu servicio,
Para que dispongas de mí como te agrade.
Te diré con san Buenaventura: Señora,
Me pongo bajo tu servicio
Para que del todo me moldees y dirijas.
No me abandones a mí mismo;
Gobiérname tú, reina mía. Mándame a tu arbitrio
Y corrígeme si no te obedeciera,
Porque serán para mí muy saludables
Los avisos que vengan de tu mano.
Estimo en más ser tu siervo
Que ser el dueño de toda la tierra.
“Soy todo tuyo, sálvame” (Sal 118, 94).
Acéptame por tuyo y líbrame.
No quiero ser mío; a ti me entrego.
Y si en lo pasado te serví mal,
Perdiendo tan bellas ocasiones de honrarte,
En adelante quiero unirme a tus siervos
Los más amantes y más fieles.
No quiero que nadie me aventaje
En honrarte y amarte, mi amable reina.
Así lo prometo y, con tu ayuda,
Así espero cumplirlo. Amén. Amén.
San Alfonso María de Ligorio

SANTA MARÍA REINA

María es Reina.
La fiesta litúrgica de María Reina fue establecida por el Siervo de Dios Pío XII el 1 de Noviembre de 1954, que señaló su celebración el 31 de Mayo. El año 1969, la Iglesia reforma el calendario romano y traslada dicha fiesta a la octava de la Asunción “Para que aparezca más clara la conexión entre la realeza de la Madre de Dios y su Asunción”.
La clave de la Realeza de María es su Maternidad divina y su vinculación con la finalidad de la Redención, como lo es de todos los dogmas t privilegios marianos. Cristo es Rey porque tiene la plenitud del poder, de la vida, de la luz , de la gracia, de la verdad, y porque todo ha sido hecho por Él (Cf. Jo.1, 3-4. 14. 16) María participa de la realeza del Hijo como Madre y como Corredentora.
Cristo es nuestro Rey porque le pertenecemos como título de conquista por la Redención. María es nuestra Reina porque también le pertenecemos como título de conquista por su íntima cooperación con el Redentor.
Cristo reconoce la realeza de su Madre.
Cristo, “el mejor de los hijos de los hombres” se goza en la realeza participada de su Madre. Por eso, recoge a su Madre al final de su etapa terrestre, se la lleva en cuerpo y alma al Cielo y la corona como Reina (Cf. Apoc.12.1).
Ejercicio de la realeza de María.
La Iglesia no duda en proclamar, alabar, bendecir e invocar a la Virgen María como Reina, especialmente en las Letanías lauretanas que suelen seguir al Rosario.
María es Reina de los ángeles porque es portadora del mayor mensaje: El Verbo de Dios que se hace hombre al calor de su corazón por obra del Espíritu Santo. Es Reina de los Arcángeles porque intercede ante su Hijo por la salvación de todos los pueblo y de todos los hombres. Es Reina de las Potestades porque nace de Ella el que ha vencer para siempre al demonio (Cf. Ge. 3, 13) Es Reina de las Dominaciones porque Jesús Niño quiso someterse a Ella en su infancia (Lc. 2, 51) Es Reina de los Tronos porque Dios mora en Ella de forma privilegiada y excepcional: es la “llena de gracia” (Cf. Lc. 1, 28) Es Reina de los querubines porque es Madre de la Ciencia increada cuya luz brilla en Ella con especial resplandor. Es Reina de los Serafines porque es esposa del fuego del amor divino, al ser Esposa del Espíritu Santo.
María es Reina de los Profetas porque posee los dones del Espíritu Santo al ser llena de gracia. Tiene un especial conocimiento de las cosas divinas y es capaza de predecir que las generaciones futuras la llamaran bienaventurada por ser la Madre de Dios (Cf. Lc. 1, 48-49).
María es Reina de los Apóstoles que preside la oración de Pentecostés, que recuerda a los Apóstoles las enseñanzas de Jesús, que le cuenta las intimidades de su vida que los consuela, anima y fortalece.
María es Reina de los Mártires porque permanece como testigo de la muerte de su Hijo junto al trono de la Cruz, donde está clavado el Rey de los Mártires (Jo.19, 26). Es el martirio de la Madre que contempla la muerte martirial de su Hijo.
María es Reina de los Confesores porque nos atrae hacia Cristo con su palabra, su testimonio y no cesa de predicarnos: "Haced lo que Él os diga" (Jo.2,5).
María es Reina de las Vírgenes porque es virgen antes del parto, en el parto y después del parto, porque es la Virgen-Madre por obra del Espíritu Santo. Ninguna criatura puede amar a Cristo como lo ama su Madre.
María es Reina de las almas del purgatorio porque son almas redimidas por Cristo Rey que miran confiadas a su Madre Reina para que acelere la hora de su purificación y poder ir al Cielo. Confían también en la oración que nosotros dirigimos por intercesión de la Madre, especialmente el Rosario.
María es Reina de la Iglesia peregrina. Es la Iglesia que formamos nosotros. Mientras peregrinamos, la reconocemos como Reina y la invocamos con esperanza firme: “Dios te salve, Reina y Madre de Misericordia”.
María, Reina del Rosario. “Los dieces del Rosario son escaleras para subir al Cielo las almas buenas” Es la oración que canta el pueblo sencillo. El Rosario es la debilidad de nuestra Reina y Madre. Ella nos tiende el Rosario para que nos agarremos a él y conducirnos al Cielo.
María es la Reina de la familia porque es la Reina y Madre del hogar de Nazaret. Ella debe seguir siendo aceptada como Reina y Madre del hogar católico que une al matrimonio, que bendice a los hijos, que les ayuda a ser buenos cristianos.
María es la Reina de la paz porque es Madre del Rey de la Paz. Ella sale a nuestro encuentro y nos pide que recemos el Rosario por la conversión y la paz que el mundo necesita.
Fray Carlos LLedó López, O.P.
http://www.cofradiarosario.net/

lunes, 15 de agosto de 2016

"EL AMOR HA VENCIDO. HA VENCIDO LA VIDA"

La fiesta de la Asunción es un día de alegría. Dios ha vencido. El amor ha vencido. Ha vencido la vida. Se ha puesto de manifiesto que el amor es más fuerte que la muerte, que Dios tiene la verdadera fuerza, y su fuerza es bondad y amor.
María fue elevada al cielo en cuerpo y alma:  en Dios también hay lugar para el cuerpo. El cielo ya no es para nosotros una esfera muy lejana y desconocida. En el cielo tenemos una madre. Y la Madre de Dios, la Madre del Hijo de Dios, es nuestra madre. Él mismo lo dijo. La hizo madre nuestra cuando dijo al discípulo y a todos nosotros:  "He aquí a tu madre". En el cielo tenemos una madre. El cielo está abierto; el cielo tiene un corazón.
En el evangelio de hoy hemos escuchado el Magníficat, esta gran poesía que brotó de los labios, o mejor, del corazón de María, inspirada por el Espíritu Santo. En este canto maravilloso se refleja toda el alma, toda la personalidad de María. Podemos decir que este canto es un retrato, un verdadero icono de María, en el que podemos verla tal cual es.
Quisiera destacar sólo dos puntos de este gran canto. Comienza con la palabra Magníficat:  mi alma "engrandece" al Señor, es decir, proclama que el Señor es grande. María desea que Dios sea grande en el mundo, que sea grande en su vida, que esté presente en todos nosotros. No tiene miedo de que Dios sea un "competidor" en nuestra vida, de que con su grandeza pueda quitarnos algo de nuestra libertad, de nuestro espacio vital. Ella sabe que, si Dios es grande, también nosotros somos grandes. No oprime nuestra vida, sino que la eleva y la hace grande:  precisamente entonces se hace grande con el esplendor de Dios.
El hecho de que nuestros primeros padres pensaran lo contrario fue el núcleo del pecado original. Temían que, si Dios era demasiado grande, quitara algo a su vida. Pensaban que debían apartar a Dios a fin de tener espacio para ellos mismos. Esta ha sido también la gran tentación de la época moderna, de los últimos tres o cuatro siglos. Cada vez más se ha pensado y dicho:  "Este Dios no nos deja libertad, nos limita el espacio de nuestra vida con todos sus mandamientos. Por tanto, Dios debe desaparecer; queremos ser autónomos, independientes. Sin este Dios nosotros seremos dioses, y haremos lo que nos plazca".
Este era también el pensamiento del hijo pródigo, el cual no entendió que, precisamente por el hecho de estar en la casa del padre, era "libre". Se marchó a un país lejano, donde malgastó su vida. Al final comprendió que, en vez de ser libre, se había hecho esclavo, precisamente por haberse alejado de su padre; comprendió que sólo volviendo a la casa de su padre podría ser libre de verdad, con toda la belleza de la vida.
Lo mismo sucede en la época moderna. Antes se pensaba y se creía que, apartando a Dios y siendo nosotros autónomos, siguiendo nuestras ideas, nuestra voluntad, llegaríamos a ser realmente libres, para poder hacer lo que nos apetezca sin tener que obedecer a nadie. Pero cuando Dios desaparece, el hombre no llega a ser más grande; al contrario, pierde la dignidad divina, pierde el esplendor de Dios en su rostro. Al final se convierte sólo en el producto de una evolución ciega, del que se puede usar y abusar. Eso es precisamente lo que ha confirmado la experiencia de nuestra época.
El hombre es grande, sólo si Dios es grande. Con María debemos comenzar a comprender que es así. No debemos alejarnos de Dios, sino hacer que Dios esté presente, hacer que Dios sea grande en nuestra vida; así también nosotros seremos divinos:  tendremos todo el esplendor de la dignidad divina.
Apliquemos esto a nuestra vida. Es importante que Dios sea grande entre nosotros, en la vida pública y en la vida privada. En la vida pública, es importante que Dios esté presente, por ejemplo, mediante la cruz en los edificios públicos; que Dios esté presente en nuestra vida común, porque sólo si Dios está presente tenemos una orientación, un camino común; de lo contrario, los contrastes se hacen inconciliables, pues ya no se reconoce la dignidad común. Engrandezcamos a Dios en la vida pública y en la vida privada. Eso significa hacer espacio a Dios cada día en nuestra vida, comenzando desde la mañana con la oración y luego dando tiempo a Dios, dando el domingo a Dios. No perdemos nuestro tiempo libre si se lo ofrecemos a Dios. Si Dios entra en nuestro tiempo, todo el tiempo se hace más grande, más amplio, más rico.
Una segunda reflexión. Esta poesía de María -el Magníficat- es totalmente original; sin embargo, al mismo tiempo, es un "tejido" hecho completamente con "hilos" del Antiguo Testamento, hecho de palabra de Dios. Se puede ver que María, por decirlo así, "se sentía como en su casa" en la palabra de Dios, vivía de la palabra de Dios, estaba penetrada de la palabra de Dios. En efecto, hablaba con palabras de Dios, pensaba con palabras de Dios; sus pensamientos eran los pensamientos de Dios; sus palabras eran las palabras de Dios. Estaba penetrada de la luz divina; por eso era tan espléndida, tan buena; por eso irradiaba amor y bondad. María vivía de la palabra de Dios; estaba impregnada de la palabra de Dios. Al estar inmersa en la palabra de Dios, al tener tanta familiaridad con la palabra de Dios, recibía también la luz interior de la sabiduría. Quien piensa con Dios, piensa bien; y quien habla con Dios, habla bien, tiene criterios de juicio válidos para todas las cosas del mundo, se hace sabio, prudente y, al mismo tiempo, bueno; también se hace fuerte y valiente, con la fuerza de Dios, que resiste al mal y promueve el bien en el mundo.
Así, María habla con nosotros, nos habla a nosotros, nos invita a conocer la palabra de Dios, a amar la palabra de Dios, a vivir con la palabra de Dios, a pensar con la palabra de Dios. Y podemos hacerlo de muy diversas maneras:  leyendo la sagrada Escritura, sobre todo participando en la liturgia, en la que a lo largo del año la santa Iglesia nos abre todo el libro de la sagrada Escritura. Lo abre a nuestra vida y lo hace presente en nuestra vida.
Pero pienso también en el Compendio del Catecismo de la Iglesia católica, que hemos publicado recientemente, en el que la palabra de Dios se aplica a nuestra vida, interpreta la realidad de nuestra vida, nos ayuda a entrar en el gran "templo" de la palabra de Dios, a aprender a amarla y a impregnarnos, como María, de esta palabra. Así la vida resulta luminosa y tenemos el criterio para juzgar, recibimos bondad y fuerza al mismo tiempo.
María fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, y con Dios es reina del cielo y de la tierra. ¿Acaso así está alejada de nosotros? Al contrario. Precisamente al estar con Dios y en Dios, está muy cerca de cada uno de nosotros. Cuando estaba en la tierra, sólo podía estar cerca de algunas personas. Al estar en Dios, que está cerca de nosotros, más aún, que está "dentro" de todos nosotros, María participa de esta cercanía de Dios. Al estar en Dios y con Dios, María está cerca de cada uno de nosotros, conoce nuestro corazón, puede escuchar nuestras oraciones, puede ayudarnos con su bondad materna. Nos ha sido dada como "madre" -así lo dijo el Señor-, a la que podemos dirigirnos en cada momento. Ella nos escucha siempre, siempre está cerca de nosotros; y, siendo Madre del Hijo, participa del poder del Hijo, de su bondad. Podemos poner siempre toda nuestra vida en manos de esta Madre, que siempre está cerca de cada uno de nosotros.
En este día de fiesta demos gracias al Señor por el don de esta Madre y pidamos a María que nos ayude a encontrar el buen camino cada día. Amén.
Benedicto XVI. 2005

domingo, 14 de agosto de 2016

ODA A LA ASUNCIÓN

Al cielo vais, Señora,
y allá os reciben con alegre canto.
¡Oh quién pudiera ahora
asirse a vuestro manto
para subir con vos al monte santo!
De ángeles sois llevada
de quien servida sois desde la cuna,
de estrellas coronada:
¡ Tal Reina habrá ninguna,
pues os calza los pies la blanca luna!
Volved los blancos ojos,
ave preciosa, sola humilde y nueva,
a este valle de abrojos,
que tales flores lleva,
do suspirando están los hijos de Eva.
Que, si con clara vista,
miráis las tristes almas desde el suelo,
con propiedad no vista,
las subiréis de un vuelo,
como piedra de imán al cielo, al cielo.
Fray Luis de León

ASUNCIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA

La dignidad de la Virgen gloriosa
1. Como un vaso de oro macizo adornado con toda clase de piedras preciosas, como un olivo que se expande y como un ciprés que se eleva hacia lo alto (Sir 50, 1011).
Dice Jeremías: “Solio (trono) de la gloria, exaltado desde el comienzo, lugar de nuestra santificación, esperanza de Israel” (17, 1213). El solio, como un sólido asiento, es llamado así del verbo sentarse. Solio (trono) de gloria fue la bienaventurada María, que en todo fue sólida e íntegra. En ella tomó asiento la gloria del Padre, o sea, el Hijo sabio o, más bien, la misma Sabiduría, cuando de ella asumió la carne.
Dice el Salmo: “Para que la gloria habite en nuestra tierra” (84, 10). De veras, la gloria de las alturas, o sea, de los ángeles, habitó en tierra, o sea, en nuestra carne. La bienaventurada María fue solio de la gloria, o sea, de Jesucristo, quien es la gloria de las alturas, o sea, de los ángeles. Dice el Eclesiástico: “Firmamento de la altura es su belleza, esplendor del cielo en una visión de gloria” (43, 1).
Jesucristo es “el firmamento (sostén) de la altura”, o sea, de la sublimidad angélica, que El mismo afianzó, mientras el ángel apóstata con sus secuaces se precipitaba. Se lee en Job: “¿Tú, quizás, fabricaste con El los cielos, que son solidísimos como fundidos”, o fundados, “en el bronce?” (37, 18). Como si dijera: “¿No fue, quizás, la sabiduría del Padre que fabricó los cielos, o sea, la naturaleza angélica?”. En efecto,”en el principio Dios creó el cielo” (Gen 1, 1). Y por cielo se entiende tanto el continente como el contenido. “Después que los ángeles que pecaron fueron arrastrados con las cadenas al infierno (2 Pe 2, 4), los ángeles buenos, que permanecieron unidos al Sumo Bien, fueron confirmados en la estabilidad como en el bronce.
En la durabilidad del bronce está figurada la eterna estabilidad de los ángeles. Jesucristo, “firmamento de la sublimidad angélica”, es también su belleza. A aquellos a los que consolida con la potencia de su divinidad, los sacia con la belleza de su humanidad. Hay también el esplendor del cielo, o sea, de todas las almas que habitan en los cielos; y ese esplendor consiste en la visión de la gloria. Mientras contemplan cara a cara la gloria del Padre, ellos también resplandecen de la misma gloria. ¡Miren, pues! ¡Qué grande es la dignidad de la gloriosa Virgen, que mereció ser Madre de aquel que es “el firmamento” y “la belleza de los ángeles”, y el esplendor de todos los santos!
2. Digamos, pues: Solio de la gloria de la altura, desde el principio”; o sea, desde la creación del mundo, la dichosa María fue predestinada a ser la madre de Dios con potencia, según el Espíritu de santificación (Rom 1, 4). Por ende añade: “Lugar de nuestra santificación y esperanza de Israel”. La santa virgen fue lugar de nuestra santificación, o sea, del Hijo de Dios que nos santificó. El mismo dice en Isaías: “El abeto y el boj y el pino vendrán juntos para adornar el lugar de mi santificación; y yo glorificaré el lugar donde se posan mis pies” (60, 13).
El abeto se llama así, porque más que los demás árboles va hacia lo alto (asonancia entre abies, abeto, y abeo, voy, subo), y simboliza a los que contemplan las cosas celestiales. El boj no se yergue a lo alto ni tiene fruto, pero tiene un verde perenne; y simboliza a los neocreyentes que conservan la fe de un perenne verdor. El pino es llamado así por la forma aguda de sus hojas. Los antiguos llamaban agudo al pino. Y simboliza a los penitentes que, conscientes de sus pecados, con la agudeza de la contrición punzan el corazón, para hacer brotar la sangre de las lágrimas.
Todos ellos, o sea, los contemplativos, los fieles y los penitentes, en esta solemnidad vienen a adornar (honrar) con la devoción, con la alabanza y con la predicación a la bienaventurada María, que fue el lugar de la santificación de Jesucristo, en la que El mismo se santificó. Dice Juan: “Por ellos yo me santifico a mí mismo”, de una santificación creada, “para que ellos también sean santificados en la verdad” (17, 1 9), en mí, que en mí mismo, el Verbo, me santifico a mí mismo como hombre, o sea, por medio de mí, el Verbo, me colmo de todos los bienes.
“Y glorificaré el lugar de mis pies”. Los pies del Señor significan su humanidad. Por esto Moisés dice. “Los que se acercan a sus pies, acogerán su doctrina” (Dt 33, 3). Nadie puede acercarse a los pies del Señor, si antes, como manda el Éxodo, “no desata sus sandalias” (3, 5); o sea, no se quita las obras muertas de sus pies, o sea, de los afectos de su mente. Acércate, pues, con los pies desnudos, y acogerás su doctrina. Dice Isaías: “¿A quién enseñará la ciencia y a quién le hará comprender lo que oye? A los niños destetados, que acaban de dejar el pecho” (28, 9). El que se aleja de la leche de la mundana concupiscencia y se separa de las mamas de la gula y de la lujuria, merecerá ser amaestrado en la ciencia divina en la vida presente y oír en la vida futura: “¡Vengan, benditos de mi Padre!”.
El lugar de los pies del Señor fue la feliz María, de la que asumió la humanidad; y hoy glorificó este “lugar”, porque la exaltó por encima de los coros de los ángeles. Por esto comprendes claramente que la bienaventurada Virgen fue elevada al cielo también con el cuerpo, que fue el “lugar” de los pies del Señor. Se lee en el Salmo: “Levántate, Señor, y entra en el lugar de tu reposo: tú y el arca de tu santificación” (131, 8). Se levantó el Señor, cuando subió a la derecha del Padre. Se levantó también el arca de su santificación, cuando en este día la Virgen Madre fue asumida a la gloria celestial.
En el Génesis está escrito que el arca se detuvo sobre los montes de Armenia. Armenia se interpreta “monte separado”, y simboliza la naturaleza angélica, que se llama “monte” en relación con los ángeles que fueron confirmados (en gracia), y “separado” en relación con los que fueron precipitados (en el infierno). El arca del verdadero Noé, que “nos hizo descansar de nuestras fatigas, en la tierra maldecida por el Señor” (Gen 5, 29), se detuvo en este día sobre los montes de la Armenia, o sea, por encima de los coros de los ángeles.
San Antonio de Padua. Sermones.